Traduzco y reproduzco el artículo de su Emcia. el cardenal Carlo Caffarra, arzobispo de Bologna, del 23 de junio de 2015[i], respondiendo al escrito “Misericordia y Verdad” (Misericordia e Verità) del jesuita Gian Luigi Brena (La Civiltà Cattolica, n. 3958, del 30 de mayo de 2015, pp. 329-338), en el que éste intenta conciliar los dos conceptos del título haciendo prevalecer el primero sobre el segundo. Como siempre, mons. Caffarra se caracteriza por su profundidad y claridad. Ofrezco mi versión en español y a continuación el texto original en italiano.
Misericordia y verdad, una falsa contraposición
Carlo Caffarra
El estudio que estoy por examinar nace, a mi parecer, de una preocupación, de la que deriva la cuestión fundamental que pretende resolver el artículo. La preocupación es de no oponer misericordia y verdad, sino conciliarlas según una prioridad de la primera sobre la segunda. El impacto práctico –en el sentido más alto de la palabra– de la irresuelta oposición sería desbastador para la persona humana.
Es de esta preocupación que nace la cuestión fundamental a la que el artículo busca responder: ¿son conciliables la misericordia y la verdad? Y, en caso afirmativo, ¿cuál sería la forma de tal conciliación?
Debo notar inmediatamente que el autor, si no me equivoco, realiza un “deslizamiento semántico” que domina toda la construcción de la respuesta. Se hace coincidir la verdad con la ley; el “deslizamiento semántico” es de una evidencia meridiana desde el comienzo, donde el significado dado a la “verdad” es el de “medir a los hombres según una regla”.
Léase atentamente el siguiente texto: “…Retenemos que la misericordia consienta tener firme la fidelidad a la verdad. Si medimos a los hombres según una regla, es inevitable dividirlos en justos y pecadores; tras lo cual solo queda invitar a estos últimos a convertirse adecuándose a la norma” [pag. 330].
El “desliz semántico” conduce al autor a formular la cuestión de fondo en el siguiente modo: ¿cómo conciliar la irrepetible condición del sujeto agente con las generalizaciones propias de la ley moral? La misericordia obra la conciliación en cuanto afirma el primado del sujeto frente a la ley. Primado que se expresa en la figura de la “excepción” a la ley general; y el juez que establece la legitimación de la excepción es la conciencia.
Los estudios históricos llevados a cabo por el P. Servais Pinckaers, o.p., han demostrado que este modo de resolver el problema de la relación universal-singular nació con la teología post tridentina.
Ahora bien, querría mostrar que la respuesta que da nuestro autor a un problema real y central en la reflexión ética, es falsa. Me empuja a esto, entre otras cosas, también el hecho de que esta solución se está convirtiendo en el paradigma fundamental con el que muchos afrontan el tema de los divorciados vueltos a casar y la [recepción] de la Eucaristía, dando la impresión de que concilia la afirmación de la absoluta indisolubilidad del matrimonio [rato y consumado] con la posible admisión a la comunión eucarística del divorciado vuelto a casar.
1. En primer lugar buscaré precisar con rigor el concepto de verdad tal como viene usado en el contexto de una teología de la misericordia. “No hablar como corresponde no implica solamente una falta hacia aquello que debe decirse, sino que también pone en peligro la misma esencia del hombre” (Platón).
La famosa disputa de los fariseos con Jesús sobre la indisolubilidad del matrimonio (cf. Mt 19,3-9 y paralelos) nos introduce en la conciencia de Jesús; en el modo con que Él trata a las personas que le proponen problemas prácticos. Los fariseos preguntan a Jesús por la medida en que se puede hacer una excepción a la ley de la indisolubilidad; cuáles son las circunstancias que legitiman la derogación: ¿sólo en caso de adulterio o también hay otras razones? Jesús ni siquiera responde. Rechaza la presentación [del problema], la lógica de la pregunta, prefiriendo remontarse al “Principio”. Se remonta al modo en que Dios ha hecho y hace las cosas.
“Para Jesús el Principio es la intención del Creador… Este principio está presente en toda la historia y resta siempre el impulso y la medida de la historia, el juicio sobre ella… Para Jesús, un permiso o una derogación del Principio… pertenece a un pasado, que puede revelarse temporal y concluido… Para Jesús, Moisés pertenece al pasado, el Principio, no” (F. Rossi de Gasperis, Sentieri di vita, 1; Paoline, Milano 2005, pag. 32).
El Principio es la luz de Dios que está presente en el hombre, lo acompaña siempre, incluso en el fondo de la desesperación. El episodio del hijo pródigo es su representación existencial (cf. Lc 15,11-32).
La conversión del hijo implica un juicio de condena de todo cuanto ha realizado. Se trata de un juicio sobre la propia condición vista a la luz de la condición originaria: a la luz del Principio: “Cuántos siervos en la casa de mi padre… y yo aquí muero de hambre”. La memoria de la condición originaria (“en la casa de mi padre” = el Principio) genera un juicio sobre la condición actual (“y yo aquí muero de hambre”), del cual nace la decisión de retornar.
El Principio no está cronológicamente situado, como Moisés. Simplemente es.
¿Es la categoría del mandamiento-ley la más adecuada para expresar este modo de pensar propio de Jesús? Es decir, ¿se puede reducir el Principio al mandamiento? Pienso que no.
Y por varias razones.
Jesús evoca el Principio en el contexto de una discusión casuística, de aplicación de una ley a casos particulares.
Como ya dije, el Principio es el designio originario del Creador sobre la pareja humana. Es ciertamente normativo, hasta el punto de no admitir aboliciones, ni siquiera de parte de Moisés, quien las justifica con la dureza del corazón. Pero la normatividad del Principio no se debe en última instancia a un acto de la voluntad divina: es la normatividad propia de la constitución misma de la pareja humana. La categoría más adecuada es la categoría de la verdad práctica, esto es, de la verdad sobre el bien de la persona.
En breve. El Principio bíblico es la verdad, el sentido de la persona humana tal como Dios la ha pensado y querido: como la ha creado. Misericordia y verdad así entendidas están siempre una en la otra. La Misericordia es la obra de Dios que en Cristo edifica al hombre verdadero; la verdad es el proyecto, la intención que guía el obrar misericordioso de Dios.
Hablar de prioridad de la misericordia en el sentido de que ella legitima excepciones a una ley, solo tiene sentido dentro de una construcción legalista: ¡en la reflexión ética [éste] es un capítulo cerrado!
2. Ya me parece sentir la acusación: esta perspectiva niega de hecho la historicidad de la persona humana; no reconoce el sujeto en las circunstancias irrepetibles en que vive, la importancia que esto tiene. El artículo que estamos examinando, moviéndose –como he dicho– en el contexto preciso de una reflexión y de una construcción ética legalista, piensa la dimensión histórica del sujeto en los siguientes términos: la ley moral en cuanto norma general, no puede tener presente todas las circunstancias particulares en que vive el sujeto; y por tanto, excepciones a la ley moral son posibles o incluso necesarias.
La construcción ética de fondo del artículo, desde mi punto de vista, afronta un problema verdadero, que ninguna antropología, ética y praxis pastoral, pueden ignorar. Pero la modalidad con la cual el problema es afrontado lleva al autor a dos conclusiones: misericordia y verdad/ley pueden contraponerse; es la conciencia de la persona individual la que debe dirimir el conflicto.
El “nudo” de la cuestión está en admitir en línea de principio la posibilidad de conflicto entre misericordia y verdad. Este punto de partida, que nace del oscurecimiento del concepto de verdad, conduce a un callejón sin salida, a un aut-aut (o – o) teóricamente insostenible; o el bien de la persona o la obediencia a la ley. Y la misericordia es la actitud de quien exime al sujeto, por razón de su situación, de la norma general.
¿Cómo se sale de este callejón sin salida? A través de una justa comprensión de la verdad práctica, es decir, de la verdad sobre el bien.
Existen verdades puramente especulativas, en las que la razón simplemente reposa. Pero también existen verdades ético-religiosas sobre el bien de la persona, que tienen ciertamente un contenido formal, pero este contenido es solo su punto de partida. Ellas piden, exigen ser realizadas en su contenido por el acto de la persona. O mejor: son de tal naturaleza que “provocan” la libertad de la persona que debe realizarse en ellas.
La verdad práctica es como la partitura musical. Ésta ciertamente puede ser leída y estudiada: existe un alfabeto musical. Sin embargo, solo al ser ejecutados esos signos manifiestan su invisible realidad. Se puede discutir sobre la verdad práctica, pero lo que ella significa solo se pone de manifiesto cuando la libertad la realiza.
Existe, por tanto, una “cohesión esencial” entre persona y verdad práctica (= ley natural); y una “cohesión existencial”, que es obra de la libertad. Éste es un punto fundamental.
La veritas agenda [verdad que debe obrarse] es interior a la persona, y no tiene de ningún modo el carácter de una lex exterius data [ley recibida exteriormente]: ésta es la cohesión esencial. El no “sentir” esta cohesión es uno de los signos más dramáticos de que la persona se encuentra en una condición de perdición (cf. Rm 7,14-23). La veritas agenda permanece dentro de la autodeterminación de la persona, y es la conciencia quien la introduce. La libertad la realiza o la niega; ésta es la cohesión existencial o la verdad de la subjetividad.
La persona en su obrar no es un caso contemplado o no por una ley. La persona es la veritas agenda; está siempre inmersa, radicada en el Principio.
En el primer esquema tiene sentido preguntarse si puedo hacer una excepción a la ley, dadas mis particulares circunstancias. En el segundo no tiene sentido: sería como preguntarse si en mi obrar puedo hacer excepciones respecto de mi “ser persona humana”.
“La verdad de la subjetividad es… una noción existencial de relación entre existencia simple y decisión libre, entre realización afectiva y pura posibilidad… ella comporta la sujeción y la adecuación completa y absoluta que el hombre debe a la misma verdad, si quiere ser en la misma verdad. Si quiere poseerla, debe primero dejarse poseer por ella” (Cornelio Fabro).
Es de esta verdad que el beato J. H. Newman hablaba al escribir: “El espíritu está por debajo de la verdad, no sobre ella; él está obligado no a disertar sobre la verdad, sino a venerarla”.
El corazón del drama del hombre no es su confrontación con una ley. Es el drama de una persona que puede decidirse a negar con su elección la verdad de sí mismo, conocida por su razón y/o por la fe. Que puede decidir arrancarse de raíz de su Principio, que brilla siempre en su mente, intimior intimo meo et superior superiori meo[ii].
El Deus dives in misericordia [Dios rico en misericordia] se ha hecho proto-agonista de este drama, porque ha decidido de devolver, en Cristo, el hombre a la plenitud de la [verdad de] su humanidad. Es un drama que narra una historia inédita y propia de cada persona.
Y, de hecho, la Iglesia es mediadora de la divina misericordia en dos modos o lugares: en el ambón, donde ayuda al hombre a tomar conciencia de la cohesión esencial; y en el confesionario, donde ayuda a cada uno a realizar su cohesión existencial. ¡Cuidado con confundir los dos!
La gradualidad del recorrido no consiste en la capacidad de aplicar una ley universal a una condición que siempre es única: ésta es tarea del juez, no del ministro de la misericordia.
Consiste en conducir cada vez más a la persona a que viva en la verdad del bien: itinerarium libertatis in Veritatem. Las indicaciones del itinerario no son leyes fijas, sino un acompañamiento sabio y prudente. La gradualidad no es un camino hacia una meta: no es la tensión hacia un ideal (= pelagianismo). Es, en cambio, la aprobación consciente y libre dada por el individuo a la verdad del bien, haciéndose siempre más libremente verdadero y verdaderamente libre. Y es un camino único, propio de cada persona, no generalizable. Opus maximum misericordiae Dei!
Breve apéndice.
A la ya famosas dos “excepciones” propuestas por el p. Garrigues o.p.[iii], ya han sido hechas críticas muy consistentes mostrando su insostenibilidad. Me limito a una sola observación, de carácter lógico. Recordando aquello que B. Russel amaba repetir: muchos han tratado de destruir la lógica, pero al final es la lógica la que destruye a muchos.
Si elaboro una hipótesis de conducta (en este caso, el acceso a la Eucaristía de parte del divorciado vuelto a casar) en base a circunstancias rigurosamente precisas, y digo: “dándose estas circunstancias, la conducta hipotéticamente considerada es una excepción legítima a la ley universal”, en realidad no hago una excepción, sino que propongo una ley contraria.
En efecto, cada vez que se den esas circunstancias, aquella conducta será legítima: he elaborado un esquema de conducta indefinidamente repetible y generalizable. Es precisamente aquello que hace la ley, toda ley.
Por tanto, una de dos. O se dice que el matrimonio (rato y consumado) es siempre y en todas partes indisoluble, y por tanto es lógicamente imposible elaborar hipótesis al estilo de Garrigues o.p.; o bien se admite la legitimidad de hipótesis de este género, y entonces no se puede afirmar más la absoluta indisolubilidad del matrimonio. Non datur tertium, nisi tertium confusionis [no hay una tercera alternativa, sino la de la confusión], a saber: proclamar una verdad solo de palabra, afirmando otra mediante la legitimación de una praxis cuyos presupuestos implícitos contradicen la verdad proclamada. Es la “performative contradiction”. Jesús no se ha dejado enjaular por los fariseos dentro de esta [pseudo-] lógica: Él miraba el Principio.
Misericordia e verità, una falsa contrapposizione
di Carlo Caffarra
23-06-2015
Sul numero 3958 de La Civiltà Cattolica (30 maggio 2015, pagg. 329-338), padre Gian Luigi Brena sj ha scritto un articolo – Misericordia e Verità – in cui tenta di conciliare i due concetti facendo prevalere la prima. Alle sue tesi risponde il cardinale Carlo Caffarra, arcivescovo di Bologna, con questo articolo.
Lo studio che sto per esaminare nasce, mi sembra, da una preoccupazione, da cui deriva la questione fondamentale che l’articolo vuole risolvere. La preoccupazione è di non opporre misericordia e verità, ma di comporle secondo una priorità da attribuirsi alla prima. L’impatto pratico – nel senso alto del termine – dell’irrisolta opposizione sarebbe devastante sulla persona umana.
È da questa preoccupazione che nasce la domanda fondamentale a cui l’articolo cerca di rispondere: misericordia e verità sono conciliabili? Ed in caso affermativo, quale è la forma della conciliazione?
Devo notare subito che l’autore, se non vado errando, opera uno “scivolamento semantico” che domina tutta la costruzione della risposta. La verità viene fatta coincidere con la legge; lo “scivolamento semantico” è di evidenza solare fin dall’inizio, ove il significato dato alla «verità» è quello di «misurare gli uomini secondo una regola».
Si legga attentamente il seguente testo: «…Riteniamo che la misericordia consenta di tener salda la fedeltà alla verità. Se noi misuriamo gli uomini secondo una regola, è inevitabile dividerli tra giusti e peccatori; dopo di che resta solo da invitare questi ultimi a convertirsi adeguandosi alla norma» [pag. 330].
Lo “scivolamento semantico” conduce l’autore a formulare la questione di fondo nel modo seguente: come conciliare l’irripetibile condizione del soggetto agente con le generalizzazioni proprie della legge morale? La misericordia opera la conciliazione in quanto essa afferma il primato del soggetto nei confronti della legge. Primato che si esprime nella figura della “eccezione” alla legge generale; e il giudice che stabilisce la legittimazione della eccezione è la coscienza.
Gli studi storici condotti dal p. Pinckaers o.p. hanno dimostrato che questo modo di risolvere il problema del rapporto universale – singolare è nato con la teologia post-tridentina.
Vorrei ora mostrare che la risposta dell’autore ad un problema reale e centrale nella riflessione etica, è falsa. A questo mi spinge anche il fatto che essa sta diventando il paradigma fondamentale con cui da parte di molti si affronta il tema divorziati risposati – Eucarestia, sembrando che esso concilia l’affermazione dell’assoluta indissolubilità del matrimonio [rato e consumato] con la possibile ammissione del divorziato risposato all’Eucarestia.
1. In primo luogo cercherò di rigorizzare il concetto di veritàquando esso è usato nel contesto di una teologia della misericordia. «Non parlare come conviene non costituisce solo una mancanza verso ciò che si deve dire, ma anche mettere in pericolo l’essenza stessa dell’uomo» [Platone].
La famosa disputa dei farisei con Gesù [cfr. Mt 19, 3-9 e par.] circa l’indissolubilità del matrimonio ci introduce nella coscienza di Gesù; nel modo con cui Egli incontra le persone che gli propongono problemi pratici. I farisei chiedono a Gesù la misura in cui si può eccepire alla legge dell’indissolubilità; quali sono le circostanze che legittimano la deroga: solo l’adulterio o anche altro. Gesù non risponde nemmeno. Egli rifiuta l’impostazione, la logica della domanda, ma si rifà al «Principio». Si rifà a come Dio ha fatto e fa le cose.
«Per Gesù il Principio è l’intenzione del Creatore… questo principio è presente a tutta la storia e per sempre rimane impulso e misura della storia, giudizio su di essa… Per Gesù, un permesso o una deroga mosaica al Principio… appartiene ad un passato, che può rivelarsi temporaneo e concluso…Per Gesù Mosè è passato, il Principio no» [F. Rossi de Gasperis, Sentieri di vita, 1; Paoline, Milano 2005, pag. 32].
Il Principio è la luce di Dio che è presente nell’uomo, lo accompagna sempre, anche nel fondo della disperazione. La vicenda del figliol prodigo ne è la rappresentazione esistenziale [cfr. Lc 15, 11-32].
La conversione del figlio implica un giudizio di condanna di quanto ha compiuto. Trattasi di giudizio circa la propria condizione vista alla luce della propria condizione originaria: alla luce del Principio «Quanti servi in casa di mio padre… ed io qui muoio di fame». La memoria della condizione originaria [«nella casa di mio padre» = il Principio] genera un giudizio circa la condizione attuale [«ed io qui muoio di fame»], dal quale nasce la decisione del ritorno.
Il Principio non è cronologicamente situato, come Mosè. Esso semplicemente è.
La categoria del comandamento-legge è la più adeguata per esprimere questo modo di pensare proprio di Gesù? Il Principio cioè è riducibile al comandamento? Penso proprio di no. E per varie ragioni.
Gesù richiama il Principio nel contesto di una discussione casuistica, di applicazione di una legge a casi particolari.
Come già dissi, il Principio è l’originario disegno del Creatore sulla coppia umana. È certamente normativo, e fino al punto da non ammettere deroghe, neppure da parte di Mosè, giustificandole colla durezza del cuore. Ma la normatività del Principio non è ultimamente dovuta ad un atto di volontà divina: è la normatività propria della costituzione stessa della coppia umana. La categoria più adeguata è la categoria di verità pratica, cioè di verità circa il bene della persona.
In breve. Il Principio biblico è la verità, il senso della persona umana come Dio l’ha pensata e voluta: l’ha creata. Misericordia e verità così intesa stanno dunque sempre l’una nell’altra. La Misericordia è l’opera di Dio che in Cristo edifica l’uomo vero; la verità è il progetto, l’intenzione che guida l’operare misericordioso di Dio.
Parlare di priorità della misericordia nel senso che essa legittima eccezioni ad una legge, ha senso solo all’interno di una costruzione legalistica: nella riflessione etica un capitolo chiuso!
2. Sento già l’accusa: questa impostazione nega di fattola storicità della persona umana; non riconosce al soggetto nelle circostanze uniche in cui vive, quell’importanza che esso ha.
L’articolo che stiamo esaminando, muovendosi – come dicevo – nel contesto preciso di una riflessione e di una costruzione etica legalista, pensa la dimensione storica del soggetto nei seguenti termini: la legge morale in quanto norma generale, non può tenere conto di tutte le singolari circostanze in cui vive il soggetto; e pertanto eccezioni alla legge morale sono possibili o perfino doverose.
La costruzione etica di fondo dell’articolo, a mio modo di vedere, affronta un problema vero, che nessuna antropologia, etica, e prassi pastorale può ignorare. Ma la modalità colla quale il problema è affrontato, porta l’autore a due conseguenze: misericordia e verità/legge possono contrapporsi; è la coscienza del singolo a dirimere il conflitto.
Il “nodo” della questione è nell’ammettere in linea di principio la possibilità di un conflitto tra misericordia e verità. Questo punto di partenza, che nasce dall’oscurarsi del concetto di verità, conduce ad un vicolo cieco, ad un aut-aut teoricamente non sostenibile: o il bene della persona o l’osservanza della legge. E la misericordia è l’attitudine di chi esime il soggetto, in ragione della sua situazione, dalla norma generale.
Come si esce da questo vicolo cieco? Attraverso una giusta comprensione della verità pratica, cioè della verità sul bene.
Esistono verità puramente speculative, nelle quali la ragione semplicemente riposa. Esistono però verità etico-religiose circa il bene della persona, le quali hanno certamente un contenuto formale, ma questo contenuto è solo il loro punto di partenza. Esse chiedono, esigono di essere realizzate nel loro contenuto dall’atto della persona. O meglio: esse sono tali da “provocare” la libertà della persona a realizzarsi in esse.
La verità pratica è come lo spartito musicale. Esso certamente può essere letto e studiato: esiste un alfabeto musicale. Tuttavia solo nell’esecuzione quei segni manifestano la loro invisibile realtà. Si possono fare discussioni sulla verità pratica, ma che cosa essa significa viene detto quando la libertà la esegue.
Esiste pertanto una “coesione essenziale” fra persone e verità pratica [=legge naturale]; ed una “coesione esistenziale”, che è opera della libertà. È questo un punto fondamentale.
La veritas agenda è insita nella persona, e non ha affatto il carattere di una lex exterius data: questa è la coesione essenziale. Il non “sentire” questa coesione è uno dei segni più drammatici che la persona umana si trova in una condizione di perdizione [cfr. Rom 7, 14-23]. La veritas agenda dimora dentro l’autodeterminazione della persona, ed è la coscienza ad introdurvela. La libertà la realizza o la nega: questa è la coesione esistenziale o la verità della soggettività.
La persona nel suo agire non è un caso contemplato o non da una legge. La persona è la veritas agenda; è sempre immersa, radicata nel Principio.
Nel primo schema ha senso chiedersi se posso fare un’eccezione alla legge, date le mie particolari circostanze. Nel secondo non ha senso: sarebbe come chiedersi se nel mio agire posso fare eccezione al mio essere persona umana.
«La verità della soggettività è… una nozione esistenziale di relazione tra esistenza semplice e decisione libera, tra realizzazione affettiva e pura possibilità… essa importa la soggezione e l’adeguazione completa e assoluta che l’uomo deve alla stessa verità, se vuole essere nella stessa verità. Se vuole possederla, egli deve prima da essa lasciarsi possedere» [C. Fabro].
È di questa verità che il beato J.H.Newman parlava, quando scrisse: «Lo spirito è al di sotto della verità, non al di sopra; esso è obbligato non a dissertare sulla verità, ma a venerarla».
Il cuore del dramma dell’uomo non è il suo confronto con una legge. È il dramma di una persona che può decidersi a negare colla sua scelta la verità di se stessa, conosciuta dalla sua ragione e/o dalla fede. Che può decidersi di sradicarsi dal Principio, che brilla sempre nella mente, intimior intimo meo et superior speriori meo.
Il Deus dives in misericordia si è fatto proto-agonista di questo dramma, perché ha decido di ricondurre in Cristo l’uomo alla pienezza della [verità della] sua umanità. È un dramma che narra una storia inedita e propria di ogni persona.
Ed infatti la Chiesa è mediatrice della divina misericordia in due modi o luoghi: l’ambone, dove aiuta l’uomo a prendere coscienza della coesione essenziale – il confessionale, dove aiuta il singolo a realizzare la connessione esistenziale. Guai a confondere i due!
La gradualità del percorso non consiste nella capacità di applicare una legge universale ad una condizione che è sempre unica: questo è il compito del giudice, non del ministro della misericordia.
Consiste nel condurre sempre più la persona a vivere nella verità del bene: itinerarium libertatis in Veritatem. Le indicazioni dell’itinerario non sono leggi fisse, ma un accompagnamento sapiente e prudente. La gradualità non è un cammino verso un traguardo: non è la tensione verso un ideale [=pelagianesimo]. È invece l’approvazione consapevole e libera data dal singolo alla verità del bene, diventando sempre più liberamente vero e veramente libero. Ed è un cammino unico, proprio di ogni persona, non generalizzabile.Opus maximum misericordiae Dei!
Breve appendice.
Alle ormai famose due “eccezioni” proposte dal p. Garrigues o.p. sono già state fatte critiche così consistenti da mostrarne l’insostenibilità. Mi limito ad una sola osservazione, di carattere logico. Memore di ciò che B. Russel amava ripetere: molti hanno cercato di spezzare la logica, ma alla fine è la logica a spezzare molti.
Se elaboro un’ipotesi di condotta [nel caso, accesso all’Eucarestia del divorziato risposato] in base a circostanze rigorosamente precisate, e dico: “dandosi queste circostanze, la condotta ipotizzata è una eccezione legittima alla legge universale”, in realtà non faccio un’eccezione, ma propongo una legge contraria.
Infatti ogni volta che si daranno quelle circostanze, quella condotta sarà legittima: ho elaborato uno schema di condotta indefinitivamente ricorribile e generalizzabile. È precisamente ciò che fa la legge, ogni legge.
Delle due l’una, dunque. O si dice che il matrimonio [rato e consumato] è sempre e comunque indissolubile, ed allora è logicamente impossibile elaborare ipotesi alla Garrigues o.p.; oppure si ammette la legittimità di ipotesi di questo genere, ed allora non si può più affermare l’assoluta indissolubilità del matrimonio. Non datur tertium, nisi tertium confusionis: proclamare a parole una verità, affermandone un’altra mediante la legittimazione di una prassi i cui presupposti impliciti contraddicono la verità proclamata. È la “performative contradiction”.
Gesù non si è lasciato ingabbiare dai farisei dentro a questa [pseudo-] logica: Egli guardava al Principio.
[i] Publicado en “La nuova bussola quotidiana”, 23-06-2015: http://www.lanuovabq.it/it/articoli-misericordia-e-verita-una-falsa-contrapposizione-13046.htm
[ii] “Más íntimo que lo más íntimo de mí, y más superior que lo más superior a mí” (San Agustín).
[iii] Se refiere, el Autor, al artículo de Jean-Miguel Garrigues, o.p., “Chiesa di puri” o «Nassa composita”?, Intervista di Antonio Spadaro S.I., La Civiltà Cattolica, n. 3959, (junio 2015).