Solteros con aspiraciones matrimoniales
Evidentemente, las aspiraciones de quien “elige” el celibato no pueden equipararse con las de quien tiene esperanzas de casarse en algún futuro próximo o lejano. Me refiero ahora al soltero y la soltera que actualmente no están de novios (y tal vez nunca lo hayan estado) ni tienen en vista inmediatamente un buen partido matrimonial, pero esperan que éste aparezca tarde o temprano. Hay casos en que los deseos de matrimonio tardan muchos años en concretarse, y casos en que jamás se hacen realidad (algunos por enfermedad, otros por haber tenido que emplear los mejores años en atender a sus padres, o trabajando para mantener su familia, o por muchas otras razones). Estos no han elegido el celibato, pero el régimen propio del celibato los obliga por igual hasta tanto no se casen; en algunos casos deberán vivir como célibes toda su vida. Hay dos mandamientos que explícitamente nos recuerdan esta obligación: el sexto mandamiento que manda ser castos en los actos prohíbe los actos impuros y el noveno que manda ser puros en las miradas, deseos y pensamientos y prohíbe los pensamientos y deseos impuros (Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 2514-2533). Además hay un mandamiento, el primero, que manda que Dios esté en el primer puesto en todo corazón y que no se ponga ningún ídolo en su lugar; también por este deber de amor para con Dios, el soltero, mientras permanezca tal, debe obligarse a las mismas leyes que el célibe.
Para muchos “solteros a la fuerza”, su situación puede resultar dolorosa, e incluso algunos/as llegan a considerarse fracasados. La soledad puede ser, en sus casos, un doloroso estigma y una gran dificultad para vivir plenamente la castidad. Pero aunque vivan sin familia humana, deben recordar que “están muy cercanos al corazón de Jesús” y que no deben sentirse “sin familia en este mundo: la Iglesia es casa y familia de todos, especialmente para cuantos están fatigados y agobiados (Mt 11,28)” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1658).
Esta situación nos recuerda que el celibato es un carisma, pero no se restringe al aspecto carismático. En estos casos bien puede, la persona soltera, pensar que, si ella no eligió este modo de vida, Dios, en cambio, la ha elegido a ella (o a él); y que debe descubrir en su vida aquella misión que la ayude a madurar y realizarse plenamente (y que probablemente hallará entre las obras de misericordia corporal y espiritual). ¡Cuántos célebres personajes pertenecen a esta categoría, como el médico santo, san José Moscatti (1880-1927) y tantos semejantes a él!
Para llevar adelante una vida célibe con verdadera altura espiritual es necesario aspirar a tener “estilo” en la vida: “una vida soltera con estilo”, como la define el P. Groeschel (The Courage to be Chaste), lo que implica forjar un nutrido grupo de buenas y sanas amistades (porque también para estas personas vale el dicho: “no es bueno que el hombre esté solo”), dedicarse a obras de monta, interesarse realmente por los demás y sobre todo tener una sólida vida espiritual.
Noviazgo y castidad
Los que aún no están casados pero se preparan al matrimonio (los novios) deben vivir, mientras dure este estado, en perfecta castidad, lo que no excluye de sus planes, evidentemente, la actividad sexual para el momento en que estén legítimamente casados, ni excluye un trato más afectuoso con aquella persona con la que esperan contraer matrimonio. Estamos aquí ante una línea muy delicada, en la que a muchos resulta difícil mantenerse, pero que quienes la cruzan en mal sentido se arrepienten. Los principios morales que siempre ha dado la enseñanza cristiana se resumen en tres: (1º) son lícitas las demostraciones de afecto, aceptadas por las costumbres y usanzas, que son signo de cortesía, urbanidad y educación; (2º) son ilícitas tanto las expresiones púdicas (abrazos, besos, miradas, pensamientos, deseos) que se realizan con la intención expresa y deliberada de producir placer venéreo o sexual, aunque no se tenga voluntad de llegar a la relación sexual completa; y (3º) con más razón son ilícitas las expresiones obscenas y lujuriosas y las relaciones sexuales completas. La Asociación de Laicos por la Madurez Afectiva y Sexual (Almas) ha publicado “Diez razones para vivir la abstinencia en el noviazgo” que considero oportunas. Las retomo modificadas con libertad:
- La pureza ayuda a tener una buena comunicación con tu novio/novia, porque la abstinencia sexual hace que los novios no se centren solamente en el placer sino en la alegría de compartir puntos de vista y vivencias, además, sus conversaciones son más profundas; la intimidad física es una forma fácil de relacionarse pero eclipsa otras formas de comunicación; evita el trabajo que supone la verdadera intimidad emocional, como hablar de temas personales y profundos y trabajar en las diferencias básicas que hay entre ambos. ¡Y uno de los temas que hay que hablar en esta etapa es todo lo concerniente a la moral conyugal, a la vida espiritual y a la práctica religiosa futura de los esposos!
- Crece el aspecto amistoso del noviazgo. El noviazgo es una forma especial de amistad (como el matrimonio lo será en un grado mucho mayor). En este sentido, la cercanía física es engañosa, pues hace creer que dos personas están emocionalmente cercanas por estar físicamente juntas, cuando no es así. Muchas personas casadas tienen sexo pero no viven una profunda amistad entre ellas; al contrario, pueden estar sentimental y espiritualmente muy lejos uno del otro. Este aspecto de la amistad debe ser el que se cultive exclusivamente en esta etapa, dejando el complemento sexual para el momento del matrimonio.
- Hay mejor relación con los padres de familia de ambos. Ordinariamente los padres de familia quieren que sus hijos solteros vivan la continencia sexual, y no están cómodos sabiendo o sospechando que sus hijos ejercitan su sexualidad sin estar casados. Hay excepciones a esto (y en nuestra sociedad extraviada se ve cada vez más un poco de todo), pero en general, cuando los padres aman a sus hijos, y tienen una formación elemental sobre lo que es la sexualidad y el matrimonio, éste es su pensamiento. Al vivir la pureza y tratarse como personas puras, dan confianza y serenidad a sus padres y estos se sienten más dispuestos a aceptar el noviazgo de sus hijos.
- Cada uno de los novios tiene más objetividad y libertad para ver si ese noviazgo le conviene o no. En cambio las relaciones sexuales crean lazos que condicionan la libertad. ¡Cuántas personas se dan cuenta de que sus noviazgos no son convenientes o que sería un desacierto casarse con esa persona, pero se sienten atadas por los compromisos que supone el haberse “entregado” sexualmente! He escuchado muchas veces la expresión: “¡Quisiera cortar pero no puedo!”.
- Se fomenta la generosidad en vez del egoísmo, pues las relaciones sexuales en el noviazgo invitan al egoísmo y a la propia satisfacción, como veremos más adelante al hablar propiamente de las relaciones prematrimoniales.
- Hay menos riesgo de abuso físico o verbal, ya que el sexo fuera del matrimonio se asocia a la violencia y a otras formas de abuso. Por ejemplo, se da más del doble de agresión física entre parejas que viven juntas sin compromiso, que entre las parejas casadas. Hay menos celos y menos egoísmo en las parejas de novios que viven la pureza que en las que se dejan llevar por las pasiones.
- Aumenta el repertorio de las expresiones de afecto. Los novios que viven la abstinencia encuentran detalles “nuevos” para mostrar afecto; cuentan con inventiva e ingenio para pasarla bien y demostrarse mutuamente su interés. La relación se fortalece y tienen más oportunidad de conocerse en cuanto a su carácter, hábitos y en el modo de mantener una relación.
- Hay más posibilidades de triunfar en el matrimonio; ya que las investigaciones han demostrado que las parejas que han cohabitado tienen más posibilidades de divorciarse que las que no han cohabitado.
- Si alguno de los dos decide “romper” esa relación, le dolerá menos, pues los lazos que crea la actividad sexual por naturaleza, vinculan fuertemente, y si hay una ruptura, el dolor que esto causa es más grande.
- Te sentirás mejor como persona, ya que los adolescentes sexualmente activos, frecuentemente pierden autoestima y admiten vivir con culpas; en cambio, quienes viven castamente crecen como personas.
Sobre las relaciones prematrimoniales hablaremos en el capítulo dedicado a las formas de lujuria. Sólo adelanto que, para muchos, el no considerar el ideal de la castidad en el noviazgo, significa muchas veces, romper sus verdaderos ideales y caer en la postración, como aquella muchacha de 24 años que me escribía: “el hecho de tener relaciones sexuales en el noviazgo ha marcado mi vida; yo tenía la ilusión de casarme virgen por la Iglesia. Me siento muy mal, no quiero hacer nada, siento la necesidad de hacer las cosas bien y luego las echo a perder; no puedo salir de este abismo. Tal vez siento que inconscientemente estoy decepcionada de mí. Siento mi mente en blanco”.
El noviazgo es el tiempo de fomentar el verdadero conocimiento mutuo y en particular los novios deben preocuparse por conocer la capacidad virtuosa de aquél o aquella que puede terminar siendo su cónyuge. En varias casas religiosas he visto un cartel que dice: “un misionero es lo que fue”; quiere decir que el comportamiento actual de un religioso que está en su etapa de formación ya nos permite prever cómo será el día de mañana en su lugar de misión; en el trabajo apostólico vemos los frutos de lo que sembró al formarse. La aplicación vale para los novios y esposos: un esposo o una esposa es en el matrimonio lo que fue en su noviazgo; es cierto que en muchos casos cambian para mejor o para peor; pero también es cierto que además de los cambios que siempre pueden suceder, hay otras cosas que puede preverse que no cambiarán espontáneamente a menos que se las trabaje con firmeza: las virtudes que ahora no tenga la novia o el novio y que ellos no intenten adquirir, difícilmente (y diría: ¡milagrosamente!) las conquistarán más tarde; los vicios y defectos que ahora no se esfuercen en combatir sólo extraordinariamente se perderán al casarse. La felicidad en el matrimonio dependerá principalmente de las virtudes de los esposos y esposas; la infelicidad, de su falta de virtudes. El noviazgo debe ser, por eso, la etapa en que principalmente los novios sometan a prueba “de fuego” las virtudes de sus candidatos y candidatas. ¿Son capaces del sacrificio, de la entrega generosa, del dominio de sí mismos? ¿Saben negar sus propios caprichos, imponerse renuncias a sí mismos, tolerar los defectos de los demás? ¿Son mansos de corazón, dan lugar a Dios en sus vidas personales y en sus relaciones sociales, tienen afabilidad verdadera (la que se muestra en los momentos difíciles)? ¿Cuántos novios se preguntan estas cosas? Más aún, ¿cuántos novios han visto la falta de estas virtudes en sus novios/as y han seguido adelante? ¡Tantos! ¿Y qué han cosechado? Fracasos matrimoniales. Hace tiempo una joven de 22 años, me escribía preocupada desde Estados Unidos,: “Hace seis meses que estoy de novia con un muchacho al cual estoy segura que amo y con quien me gustaría compartir toda mi vida. Pero él tiene diferentes maneras de ver la vida con respecto a las relaciones sexuales en el noviazgo y a pesar de que durante estos meses me ha respetado, día a día me sale diciendo que se le está haciendo muy difícil y que además físicamente necesita hacer el amor. Yo no sé qué tan ciertos sean esos problemas que tiene con el deseo sexual; no sé qué hacer. No puedo negar que a veces me cuesta mucho decir ‘basta’. Pero en todo momento pienso en Dios, en lo que mi madre me enseñó y sobre todo no quiero hacer nada con mi cuerpo de lo que me tenga que arrepentir más tarde”. Las convicciones de esta muchacha son dignas de elogio; piensa acertadamente sobre el noviazgo y el matrimonio; y elogiable es también la formación que su madre le dio. Pero es preocupante el apremio de su novio. A ella le contesté en su momento: “El noviazgo se ordena, entre otras cosas, a demostrarse que pueden quererse y amarse aun cuando no puedan tener sexo durante algún tiempo. En la vida matrimonial hay muchas circunstancias en las cuales no se pueden tener relaciones sexuales cuando uno de los dos no está en condiciones: durante cierto tiempo del embarazo, después de un parto, en algunas enfermedades, etc. ¿Serán capaces de amarse afectiva y espiritualmente sin faltar a la fidelidad? ¿Podrás ser la única mujer de tu esposo, aunque no puedas satisfacer sus apetencias sexuales en algunos momentos de tu vida? Esto hay que responderlo en el noviazgo. ¿Cómo? Demostrando que se aman sin exigirse algo que no pueden darse todavía (por no estar casados). Esto no es algo que tu novio pueda ignorar. De cómo lo eduques en el noviazgo dependerá en gran medida cómo será cuando te cases con él si llegan al matrimonio. No tengas miedo en quedarte para vestir santos. Si eres virtuosa y exiges virtud en tu novio, no podrá faltarte un buen esposo. Además, no hay ninguna persona psíquicamente equilibrada que tenga necesidades sexuales tan imperiosas como las que tu novio dice tener. Si no puede contenerse ahora, puedes estar segura de que no debe haberse contenido anteriormente con otras (novias o pasajeras); y también puedes suponer que no podrá contenerse en el futuro, cuando estén casados y tú no puedas responder a sus deseos por los motivos que hemos dicho. Si el sexo es para él tan urgente e irreprimible, debería consultar un médico pues puede ser un potencial adicto sexual. Tu novio debe demostrarte que es capaz de mantener la castidad durante el noviazgo, es decir de que es normal; de lo contrario, cuando estés casada con él, te engañará con otra mujer cuando vuelva a sentir esos deseos físicos y tú no puedas responderle adecuadamente por enfermedad, indisposición o por cualquier otra cosa”. Además, si no puede contener sus necesidades sexuales, ¿cómo saber si es capaz de frenar también sus otras pasiones como la violencia, la mentira, el rencor, la envidia, la gula, en la bebida? ¡Cuidado con la unidad de la persona! El que no se domina en una pasión, ¿por qué habría de dominarse en las otras? Si los/as novios/as toleran los desmanes sensuales a sus novios/as, no deben quejarse si como esposos/as les salen borrachos, golpeadores, celosos o infieles.
¿Piensan todos los novios y novias en probar la normalidad psicológica de sus futuros cónyuges en un terreno tan serio como es la sexualidad? Si lo hicieran no habría tantos matrimonios fracasados después de pocos años o meses de casarse.
Qué distinta es la figura de aquella Lucía, inmortalizada por Manzoni en su novela I promessi sposi (Los Novios). Lucía es la enamorada casta, capaz de amar sin dobleces a su novio por Dios y según Dios. Es capaz de decir con firmeza, aunque llenándose de rubor, a su buen Lorenzo: “yo quiero ser tu mujer, pero ha de ser por el camino derecho, en la iglesia, como lo manda la ley de Dios”. ¡Y eso que Lorenzo sólo le pedía que lo ayudase a “presionar” un poco al señor cura que no quería casarlos por miedo a un influyente “personaje” que se había apasionado de su joven novia! Amaba Lucía tanto su castidad como a su prometido; al punto tal que al ser raptada por un inescrupuloso delincuente, prometió a la Virgen, como voto y sacrificio a cambio de que Ella la hiciese volver sana e íntegra, guardar virginidad perpetua y renunciar a su matrimonio con Lorenzo… ¡Lorenzo a quien amaba más que a su vida! Sí, ¡pero no más que a su virtud y a Dios a quien se debía casta y pura!
Lucía no ha pasado de moda como no ha pasado de moda el valor de la castidad. Todo está en lo que estemos dispuestos a sacrificar y por qué estemos dispuestos a sacrificarlo.