Reproduzco, traducido al español, un breve pero interesante artículo de Stefano Fontana sobre las extrañas teorías que están circulando en torno a las “semillas del Verbo” (semina Verbi), doctrina patrística que sostenía que Dios ha derramado en las diversas culturas semillas del Verbo –verdades y destellos de virtud– que empujan a estas culturas y sociedades hacia la Verdad Plena y la búsqueda del Verbo de vida. En la Relatio post disceptationem se hacía un uso muy ambiguo de esta teoría –sin nombrarla– señalando los “valores”, “dones” y “cualidades” presentes en las situaciones irregulares (nn. 20, 38, 50); y lo mismo se repetía en la Relatio Synodi, y en los posteriores documentos preparatorios del Sínodo de 2015. Ha vuelto sobre esto el cardenal Schönborn, arzobispo de Viena, que nos viene asombrando desde hace varios años con afirmaciones y actitudes que nos dejan, por decirlo de modo suave, mareados y con sensación de haber leído mal. Stefano Fontana expone aquí lo que él llama “la extraña teoría de Schönborn sobre las convivencias” (uniones no matrimoniales), y dice que no entiende y que queda atontado del uso que hace –Schömborn y otros– de la doctrina de las semina Verbi –semillas del Verbo– la que, sencillamente, emplean en el sentido contrario del que le dieron sus autores, los Padres de la Iglesia. Antes de pasar a transcribir su artículo, me atrevo a dar una respuesta a la perplejidad de Fontana diciendo que hay una muy llana explicación de esta actitud: muchos teólogos hace décadas que han incinerado la metafísica que abrió las mentes de nuestros grandes pensadores y viven atragantados con sus cenizas.
La extraña teoría de Schönborn subre las convivencias
Por Stefano Fontana
En la confusa discusión sobre los temas del próximo Sínodo sobre la familia, no llego a entender en particular la frecuente referencia a las Semillas del Verbo a propósito de lo bueno que habría en las convivencias, incluso homosexuales. Además de no entenderlo, esta referencia me aturde mucho, porque implica poner patas arriba la misma doctrina. Lamentablemente está ya en boca de todos. Recientemente ha hablado sobre el tema el cardenal Christoph Schönborn, arzobispo de Viena, en una entrevista concedida a “La Civiltà Cattolica”. La referencia a esta doctrina estaba también presente en la Relatio Synodi conclusiva del Sínodo extraordinario y, por tanto, también en el Instrumentum laboris del Sínodo ordinario che recibe la Relatio.
El razonamiento es el siguiente. Dios ha sembrado las Seminas del Verbo, o sea, verdades todavía incompletas pero igualmente ordenadas a Cristo, incluso fuera de la Iglesia católica, como, por ejemplo, en otras religiones, en las culturas y también en formas de vida que no son plenamente conformes a su Voluntad, pero que de todos modos contienen verdades que pueden ser desarrolladas hasta la plenitud cristiana. Así, en una convivencia, hay aspectos de ayuda recíproca y solidaridad que todavía están lejos del matrimonio cristiano, pero que no son totalmente extraños, sino que más bien representan una forma inadecuada. Lo mismo se dice (hechas las “debidas distinciones”, que no se entiende, sin embargo, cuáles sean) de las relaciones homosexuales.
La doctrina de las Semillas del Verbo fue formulada por Justino en el siglo II d.C. y ulteriormente profundizada por Clemente de Alejandría en el siglo III d.C. Estos autores se referían a la filosofía griega que, a pesar de no ser un pensamiento desde la fe, sin embargo, había expresado muchas verdades. Estas verdades habrían encontrado su plenitud en Cristo a quien estaban orientadas. Si Cristo es la Verdad, toda verdad viene de Él y está orientada a Él. Clemente decía, propiamente, que la filosofía griega era como el equivalente de la Antigua Alianza pero para los gentiles. El advenimiento de Cristo habría sido preparado por la historia de Israel para el pueblo elegido, y por la filosofía griega para los paganos. Tema retomado por Joseph Ratzinger quien, diversamente de Rahner o Kasper, consideraba providencial el encuentro del cristianismo con la filosofía griega.
Esta doctrina de las Semillas del Verbo resulta, sin embargo, completamente inaplicable a las situaciones antes mencionadas. Una convivencia comporta el ejercicio de la sexualidad fuera del matrimonio, o sea, de modo indigno de la dignidad de la persona humana y de la verdad del amor. Comporta engaño y violencia, aun si es consensuada. En términos religiosos es un pecado. Si la convivencia tiene lugar tras un matrimonio significa adulterio. También esto es un pecado, como resulta de las palabras de Jesús a la mujer adúltera. Es un pecado que entra en los intrinsece mala, es decir, en aquellas acciones que por su materia intrínsecamente ofensiva de la dignidad de la persona no se deben hacer jamás. Ni hablemos de las relaciones homosexuales.
Ahora bien, me pregunto: si estas situaciones son desacertadas y pecaminosas, ¿cómo es posible que en ellas estén presentes las Semillas del Verbo? Éstas pueden estar sólo en las verdades, no en los errores.
Aquí interviene, sin embargo, otra confusión particularmente grave. La situación objetiva de pecado tiende a desaparecer ante la situación existencial de las personas. La misericordia consistiría en el centrarse sobre las personas, que no pierden jamás completamente sus elementos incluso positivos, más bien que sobre las falsedades de sus condiciones de vida. “¿Quién soy yo para juzgar?”, se pregunta también el cardenal Schönborn. Pero si no se pueden juzgar las personas, se puede y se debe juzgar las situaciones objetivas de vida. La Iglesia puede y debe hacerlo.
En una situación objetivamente negativa y de pecado no puede haber verdades ni menos todavía la presencia de Semillas del Verbo [1]. Aquella situación objetiva produce injusticia, independientemente de la eventual buena voluntad de los sujetos responsables. Si estos son, quizá, personas comprometidas en la Iglesia, esto no elimina la injusticia que comporta su situación objetiva, sea respecto de sí mismos, sea para la Iglesia o para la sociedad.
El cardenal Kasper había dicho que no existen “los divorciados vueltos a casar”, o sea, no existen situaciones objetivas de vida que puedan individuarse, describirse y valorarse como equivocadas. Para él existen solo casos particulares. La existencia presentaría situaciones solo diversas. Pero no es así. La Iglesia no puede perder la conciencia de su capacidad de conocer las situaciones objetivas de vida para señalarlas a los fieles como equivocadas. De otro modo, todo sería bueno en formas más o menos adecuadas. Todo sería Semilla del Verbo.
[1] Nota del traductor: Puede haber aspectos positivos, pero son accidentales e indirectos y no se derivan de la situación de pecado sino de otras cosas, y por eso no cualifican de buena la misma situación, sino, en todo caso, a la persona que tiene esa buena cualidad. En este sentido pueden encontrarse aspectos positivos incluso en una asociación mafiosa, en la medida en que un delincuente se preocupe del bien de otro, o esté dispuesto a dar la vida por su socio, o se haga cargo de él cuando se enferme. Nadie con sano juicio trasladaría estos elementos positivos de la persona en cuestión a la asociación mafiosa que une a estas personas.
Publicado en La Nuova Bussola Quotidiana, 13-09-2015: ver original en italiano.