Un obispo que habla claro: ¿Murieron en vano los mártires del matrimonio católico?

samuelaquilaEl “Denver Catholic” ha publicado con fecha 19 de octubre el artículo de Monseñor Samuel Joseph Aquila, Arzobispo de Denver (EE.UU), cuyo título más que sugestivo alude a los dos principales mártires ingleses que dieron su vida por no transigir con las doctrinas erróneas sobre el matrimonio que intentó hacer aprobar Enrique VIII: “¿Tomás Moro y Juan Fisher murieron por nada?”) (la versión original puede leerse en: Did Thomas More and John Fisher die for nothing?“).

¿Murion en vano Tomás Moro y Juan Fisher?

Monseñor Samuel Aquila, Arzobispo de Denver (EE.UU)

Al seguir las palabras de Cristo, la Iglesia siempre ha enseñado que el divorcio y las nuevas nupcias no son otra cosa que un adulterio con otro nombre.
La idea de permitir a los católicos casarse nuevamente y recibir la comunión no comenzó con la carta firmada por el cardenal Kasper y otros miembros del episcopado alemán en 1993. Fue el episcopado de otro país, el de Inglaterra, el que tomó la iniciativa en experimentar en este campo de la doctrina cristiana hace unos 500 años atrás. La discusión no giraba en aquel entonces sobre la posibilidad de que todo católico se volviera a casar, sino si podía hacerlo el rey a causa de que su esposa no le había dado un heredero.
Del mismo modo que a los que defienden la comunión para los [divorciados] vueltos a casar, a los obispos ingleses les resultó embarazoso aceptar llanamente el divorcio y el nuevo casamiento. En lugar de esto, escamotearon la ley por el lado de las circunstancias particulares del caso que estaban enfrentando, y concedieron al Rey Enrique VIII una “nulidad” basada en una fraudulenta base sin la sanción de Roma.
Si “el heroísmo no está hecho para el cristiano promedio”, como ha afirmado el cardenal alemán Walter Kasper, menos podía esperarse del rey de Inglaterra. En su lugar, para el divorcio de Enrique se esgrimieron los argumentos utilitaristas de la felicidad personal y del bien del país. De este modo se evitó incomodar al rey impidiéndole la comunión como efecto de un matrimonio irregular.
El cardenal inglés Wolsey y todos los obispos del país, con la excepción del obispo de Rochester, Juan Fisher, apoyaron la intención del rey de anular su primer –y legítimo –matrimonio. Al igual que Fisher, Tomás Moro, un laico que era canciller del rey, negó su apoyo. Ambos fueron martirizados y más tarde canonizados.
Defendiendo públicamente que el matrimonio del rey era indisoluble, Fisher sostuvo que “este matrimonio entre el rey y la reina no podía ser disuelto por ningún poder, ni humano ni divino”. Y añadió que por este principio estaba dispuesto a dar su vida. Continuó notando que Juan el Bautista no encontró otro camino “más glorioso de morir que el de la defensa del matrimonio”, a pesar de que el matrimonio “en su tiempo no era tan santo como lo es ahora que ha sido regado por la Sangre de Cristo”.
Como Tomás Moro y Juan el Bautista, Fisher fue decapitado, y como ellos también él es llamado “santo”.
En el Sínodo de la Familia que se está desarrollando actualmente en Roma, algunos de los obispos alemanes y sus partidarios están presionando para que la Iglesia permita que quienes se han divorciado y vuelto a casar reciban la comunión [eucarística], mientras que otros obispos del mundo entero insisten en que la Iglesia no puede cambiar la enseñanza de Cristo. Esto nos hace preguntarnos: ¿Creen los obispos alemanes que los santos Tomás Moro y Juan Fisher sacrificaron sus vidas en vano?
Jesús nos ha enseñado a través de su ministerio que para seguirlo es necesario el sacrificio heroico. Cuando se lee el Evangelio con un corazón abierto, un corazón que no pone el mundo y la historia por encima del Evangelio y de la Tradición, uno ve el precio del discipulado al que cada discípulo está llamado. A los obispos alemanes les aprovecharía leer “El precio de la gracia”, escrito por el mártir luterano Dietrich Bonhoeffer, Porque lo que ellos promueven es “gracia barata” en lugar de “gracia costosa”, e incluso parecen ignorar las palabras de Jesús que dice: “Quien quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mc 8, 34; Lc 14, 25-27; Jn 12, 24-26).
Pensemos, por ejemplo, en la mujer adúltera que los fariseos presentaron a Jesús para tenderle una trampa. La primera cosa que Éste hizo fue protegerla de sus acusadores, y la segunda, invitarla a que dejara su pecado, “Vete”, le mandó, “y no peques más”.
Siguiendo las palabras de Cristo, la Iglesia católica siempre ha enseñado que el divorcio y las nuevas uniones son simplemente un adulterio con otro nombre. Y puesto que la comunión está reservada para los católicos que viven en estado de gracia, quienes viven una situación irregular no pueden participar en esta dimensión de la vida de la Iglesia, a pesar de que siempre son bienvenidos en las parroquias y a la Misa.
El pasado mes de mayo, el cardenal Kasper afirmó en una entrevista concedida a Commonweal que “no podemos decir si continúa [tratándose] de adulterio” cuando un cristiano divorciado y arrepentido tiene “relaciones sexuales” en una nueva unión. Más bien él pensaba “que es posible la absolución”.
Pero Cristo llamó a esto claramente adulterio y dijo que el adulterio es pecado (Mt 5,32; Mc 10,12; Lc 16,18). En el caso de la samaritana (Juan 4,1-42), Jesús también confirmó que el nuevo casamiento no puede ser válido, incluso si hay afecto sincero y fidelidad.
Cuando a la ecuación añadimos el alto porcentaje de fracasos en las nuevas uniones subsecuentes al divorcio, nadie podría decirnos adónde nos llevaría el razonamiento del cardenal Kasper. Por ejemplo, ¿debería permitirse la comunión sacramental exclusivamente a aquellos que se han vuelto a casar una sola vez? ¿Qué debemos hacer con los que se han casado dos o tres veces? Y es obvio que los mismos argumentos que usamos para diluir las prohibiciones de Cristo sobre las segundas nupcias (de los divorciados) podrían también aplicarse al uso de anticonceptivos, y a cualquier otro campo de la teología católica que el mundo moderno y egoísta califique de “difícil”.
Para predecir dónde nos llevaría todo esto no es necesario conocer el futuro, sino que basta con mirar al pasado. Solo necesitamos mirar la Iglesia Anglicana, que a comienzos del siglo XX abrió sus puertas –y luego aceptó ampliamente– la anticoncepción, y por más de una década permitió el divorcio y casarse de nuevo en algunos casos.
El “plan B” de los obispos alemanes de “hacer las cosas a su manera” en Alemania, aun si va contra la enseñanza de la Iglesia, contiene los mismos errores. Y tiene hasta un halo inquietante, al estilo anglicano. Consideremos las palabras del presidente de la conferencia episcopal alemana, el cardenal Marx, a quien la revista National Catholic Register cita diciendo que mientras la iglesia alemana puede seguir en comunión con Roma en cuestiones doctrinales, en lo que hace al cuidado pastoral de los casos individuales “el sínodo no puede mandar en detalle lo que debemos hacer en Alemania”. Enrique VII habría estado de acuerdo, sin lugar a dudas.
“No somos una filial de Roma”, argumentó el cardenal Marx. “Cada conferencia episcopal es responsable del cuidado pastoral en su propia cultura y debe proclamar el Evangelio en su manera propia y única. No podemos esperar hasta que el sínodo dictamine algo, ya que debemos llevar adelante el ministerio matrimonial y familiar aquí”.
Los anglicanos también desearon tal autonomía, a pesar de experimentar como resultado la creciente división interna y el vaciamiento de sus comunidades.
Es innegable que la Iglesia debe llegar con misericordia a los que viven al margen de la fe, pero la misericordia siempre dice la verdad, nunca dispensa el pecado, y reconoce que la cruz está en el corazón del Evangelio. Podemos recordar que San Juan Pablo II –citado por el Papa Francisco en su canonización como “el Papa de la familia”– también escribió extensamente sobre la misericordia, dedicándole una entera encíclica al tema y estableciendo la fiesta de la Divina Misericordia. Para San Juan Pablo II, la misericordia era un tema central, pero que debía ser leído en el contexto de la verdad y de la Escritura, y no en contra de ellas.
Sobre las nuevas uniones y otros temas, nadie podría decir que la enseñanza de la Iglesia, que es la de Cristo, sea fácil. Pero el mismo Cristo no buscó ningún compromiso para evitar que sus discípulos lo abandonasen –sea sobre la Eucaristía o sobre el matrimonio (Jn 6, 60-71; Mt 19, 3-12). Tampoco Juan Fisher buscó algún compromiso para que el rey siguiese siendo católico.
No debemos buscar ningún otro ejemplo en estas cuestiones que las palabras de Cristo y de san Pedro en el capítulo 6 del Evangelio de Juan; un pasaje que nos recuerda que la enseñanza de la Eucaristía a menudo es difícil de aceptar incluso para los creyentes: “«El espíritu es el que da vida; la carne no aprovecha para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Pero hay entre vosotros algunos que no creen… Por esto os he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede». Como resultado de esto, muchos de sus discípulos se alejaron y ya no lo acompañaban. Jesús dijo a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?» Le respondió Simón Pedro: «Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna»”…
Como discípulos nosotros estamos llamados a oír la voz de Jesús antes que la voz del mundo, de la cultura o de la historia. La voz de Jesús arroja luz sobre las tinieblas del mundo y de las culturas. Oremos para que todos los implicados escuchen aquellas palabras de vida eterna, ¡no importa cuán difíciles sean!

 

Traducción: P. Miguel Ángel Fuentes, IVE

 

 

 

Un comentario

  1. Ana Mari de Jurado

    El Evangelio, palabra de Cristo fue para que el hombre se salvará , es más tanto nos amo, que dió su vida por nosotros. Nuestra conciencia,que es la voz de Dios y que está dentro nuestro nos muestra lo que está bien y lo que está mal, no nos obliga, y somos libres mientras usemos rectamente de esa libertad. Nosotros lo amamos a Él con nuestra vida íntegra y de manera total?

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