Considero que la familia, tanto en su dimensión religiosa como natural, está hoy en día bajo ataque. Y habría que aclarar: bajo un ataque furioso que no se explica sino por un odio que tiene mucho de satánico. No quiero abundar en datos, que solo pueden dar una visión parcial del tema y son, por otra parte, cambiantes. En enero de 2008 se afirmaba que solo la última ley dictada el año anterior en España favoreciendo el “divorcio express” había destruido en solo seis semanas más de noventa mil familias; la misma fuente informaba que en algunos lugares del norte de Europa, como en Suecia, el 70% de las personas viven solas, a merced de la falta de sentido de la vida y del alcoholismo[1].
Veo dos tipos de amenazas y desafíos. Los que vienen de afuera y los que atentan desde adentro de la misma familia. Para poder hacer adecuadamente frente a todos ellos, debemos conocerlos bien. Al menos intentemos presentarlos brevemente.
1. Desafíos externos
Los desafíos exteriores que se presenta hoy en día los podemos resumir en tres principales.
a) La anticultura de la vida
El primero es el proyecto que se lleva a cabo a nivel mundial en contra de la vida humana; proyecto en el que están activamente embarcados numerosos gobiernos, y al que se suman muchos más por debilidad ante las presiones económicas e incluso militares de los más poderosos. La tentación frente a este vastísimo fenómeno mundial es pensar en una formidable conspiración contra la vida. No me toca a mí, ni tengo la capacidad para formular tal tipo de hipótesis. Solamente podemos decir que, al margen de que exista una conjura contra la vida centralizada en algún poder particular o bien se trate simplemente de una ideología que ha ido penetrando en la mayoría de los poderosos de nuestro tiempo, lo cierto es que no puede dudarse en absoluto de que estamos ante un fenómeno mundial y arrollador contra la vida humana. Basta observar al respecto las campañas llevadas a cabo en el último medio siglo para imponer el aborto, la anticoncepción, la esterilización, la eutanasia, etc. Esto se ha llevado a cabo con políticas explícitas, implacables e inclementes, destruyendo millones de vidas, de familias, de hombres y mujeres.
Los fines han sido en muchos casos económicos, en otros políticos y geopolíticos. Pueden pensarse también en muchas otras motivaciones que ciertamente han movido a grupos y personas, como el afán de notoriedad, de experimentación, de jugar, como suele decirse, a hacer el papel de dioses.
La familia de nuestro tiempo se ve obligada a luchar contra la imposición de una mentalidad antinatalista, antivida, inmisericorde, hedonista y cerrada en el horizonte de este mundo. No es fácil batirse contra tales enemigos que tienen poder, dinero, influencia y que a menudo consigue imponer sus políticas contra la misma voluntad de las personas, como se ha visto en las campañas masivas y violentas de esterilización femenina que hacia fines del siglo XX han sido implementadas en países como India, Brasil y Perú, y que se siguen llevando a cabo en muchos lugares. Piénsese en la política del hijo único y del aborto obligatorio de los demás hijos en países como China que representa nada menos que el 20% de la población mundial[2].
b) La imposición del homosexualismo
Una segunda amenaza contra la familia viene en nuestros días de lo que se denomina “agenda gay” y el “lobby gay” que no tiene por objeto lograr el respeto por las personas que padecen tendencias homosexuales, sino, por un lado, imponer el reconocimiento de la homosexualidad como una opción naturalmente válida y lícita y, por otro, empujar a numerosas personas, incluyendo niños y adolescentes, a la práctica de la homosexualidad.
Esta es una verdad totalmente comprobada y comprobable. “Existe un proyecto cultural preciso y sistemático por parte del lobby homosexual, cuyo objetivo declarado es penetrar profundamente en la mentalidad de la gente”, dice una fuente autorizada en estos temas[3]. Hoy en día asistimos a lo que se llama un “proceso de reingeniería social anticristiana”, es decir, un plan por el cual se quiere introducir en nuestra cultura un nuevo concepto de sociedad, de familia, de sexualidad, de varón y de mujer, de bien y de mal, etc. Y este plan viene impuesto “por las Naciones Unidas y otros organismos internacionales, que se desarrolla sin pausa”[4]. Hay grupos que hacen mucha presión para que se introduzca en la legislación lo que ellos llaman “crimen de odio”, es decir, acusar y condenar a quienes afirmen “que los actos homosexuales constituyen un desorden antinatural”[5]. Deberían, pues, empezar por mandar a la cárcel a San Pablo. Y más todavía: “se pretende que sean castigados también aquellos de los que se sospeche un «ánimo homofóbico», y no sólo los que comentan «actos de homofobia» («ánimo homofóbico» es el que se sospecha, por ejemplo, de toda persona que no acepta la «normalidad» de la homosexualidad; que rechaza el «matrimonio homosexual» y la adopción de niños por parejas de homosexuales; se sospecha también de ese «ánimo» de todos aquellos que deban enseñar la doctrina católica sobre la homosexualidad, etc.)”[6]. Y yendo más lejos todavía, un documento oficial de la Organización de los Estados Americanos (OEA) introduce la inversión del onus probandi (o carga de la prueba), lo que significa que cualquiera nos puede acusar de odio contra los homosexuales, sin necesidad de probar que su acusación es verdadera; la obligación de probar que es inocente pasa al acusado, aunque la acusación se base en simples sospechas[7]. Todo esto significa, por un lado, la perversión del sistema jurídico, y, por otro, la intención deliberada de preparar las armas para una verdadera y terrible persecución contra todos aquellos que quieran seguir profesando, sobre estos temas, las enseñanzas de la Biblia, del Magisterio de la Iglesia y de la ley natural.
¿Qué se busca en el fondo de todo esto? Se pueden proponer muchas hipótesis. Puede ser el enconado plan de un grupo minoritario de personas que quiere que todo el mundo sea como ellos; puede pensarse también en intereses económicos y políticos; y pueden proponerse otras explicaciones. Pero no hay que dejar de lado la intención del enemigo de nuestra naturaleza, el diablo, que sabe que la destrucción de nuestra naturaleza pasa por la degradación sexual de la misma. A este propósito menciono el testimonio de una importante convertida del satanismo, que escribió recientemente un libro titulado Escapada de Satanás, donde señala la fuerza que el satanismo auténtico pone en esta obra; ella misma fue inducida a practicar el lesbianismo a pesar de no haber sentido jamás atracción por personas de su propio sexo: “Recuerdo sobre todo, dice, la exaltación de la homosexualidad y de la violencia, que luego he comprendido que representaba para la secta el mejor modo de glorificar a Satanás y ofender a Dios”[8].
c) El ataque contra la fe y la religión
El tercer desafío viene de los ataques contra la religión y en particular contra el cristianismo y el catolicismo. Son conocidas de todos las noticias que diariamente se difunden sobre el tremendo martirio que están sufriendo muchos de nuestros hermanos en algunos países árabes. Discriminación, miseria, cárcel y muerte, asechan cada día a muchos cristianos en Irak, Egipto, Paquistán, Indonesia, Sudán, Palestina, India, etc. Y esto solo por creer en Cristo. Indudablemente, podrá atribuirse este acosamiento a grupos fundamentalistas y no a todos los que practican otra religión; pero no por eso deja de ser una situación tremenda. Hay algunos lugares, como el actual Irak, donde el cristianismo se remonta a los primeros siglos de nuestra era, y hoy está reducido a escombros y amenazado de muerte. Así como el norte africano fue en los primeros siglos de nuestra era una de las glorias más grandes de la cristiandad y después de la invasión del Islam, no ha quedado sino cenizas, lo mismo sigue repitiéndose hoy en día. Lo mismo hace el comunismo en China, como lo hiciera antes en el mundo soviético.
Pero hay otra persecución que quiere pasar desapercibida en occidente, y es la del laicismo que debería ser mejor llamado paganismo moderno o incluso ateísmo militante. Constantemente se dictan leyes en los países occidentales que vulneran los derechos del cristianismo y en particular del catolicismo, tratando de que este se deba esconder en la esfera puramente privada y ni aún allí pueda vivir. Se persiguen los signos religiosos como la cruz o los pesebres, se discrimina a las personas que proclaman los valores enseñados por Jesucristo en los evangelios o por los apóstoles en sus cartas; se ataca furiosamente y se mancha la figura del Papa y del sacerdocio católico. Se ponen exigencias políticas que hacen casi imposible a los católicos aspirar a trabajar en la política a menos que claudiquen de principios fundamentales de la fe y de la moral católica o natural. Se hace cada vez más difícil tener colegios y universidades donde se enseñe la verdad, se vivan los diez mandamientos y eduque cristianamente. Se intenta por todos los medios de privar a los padres para que eduquen a sus hijos según la ley de Dios.
Todo esto hace que en nuestro tiempo sea realmente muy difícil a la familia cristiana mantener su identidad católica.
2. Desafíos internos (las cosas que están en crisis)
Pero pasemos ahora a los desafíos que la familia encuentra en su mismo seno, los cuales son muchos que, por razón de síntesis, vamos a reducir a algunos principales.
a) No dejarse vencer por los enemigos interiores de la familia
Empiezo por lo negativo, que son las amenazas que a la familia le llegan desde su mismo seno y que son todos los factores desintegradores del amor. No los podemos desarrollar largamente, pero al menos hagamos el intento de señalar los más serios.
Ante todo, la infidelidad del corazón. Muchos matrimonios fracasan porque los cónyuges reducen la fidelidad a los actos externos, es decir, a no pecar con otra persona externamente; pero no cuidan de ser fieles en las miradas y en los pensamientos. Esto equivale a los gusanos que se introducen en el carozo de la fruta; esta, de afuera, parece sana, pero está ya corrompida de adentro. Por eso dijo Jesús: “el que mira a una mujer, deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón” (Mt 5,28). La fidelidad debe vivirse en todos los niveles: los actos externos, el modo de vestirse, las miradas y los afectos del corazón.
Otra amenaza es la separación y el divorcio, verdadera plaga de nuestra sociedad. Sus consecuencias son tremendas:
–multiplica los problemas de los hijos: un autor ha escrito que “el choque psíquico sufrido por los hijos de quienes se vuelven a casar es más fuerte que el choque físico sufrido por una poliomielitis”; muchos de estos niños dejan de creer en la familia y cuando llegan a grandes no quieren pasar por el mismo drama y por eso son reacios al matrimonio.
–aumenta la delincuencia precoz; hay que tener en cuenta que los especialistas señalan estos datos tremendos: el 97% de los neuróticos no tuvieron un ambiente familiar normal; el 90% de los delincuentes juveniles provienen de hogares con graves perturbaciones familiares; en la década de 1920, una encuesta evidenciaba que el 80% de los criminales adolescentes en el estado de California eran hijos de divorciados; hace unas décadas atrás en Estados Unidos se manejaba el dato de que, sobre 200.000 delincuentes menores, 175.000 eran hijos de divorciados.
–aumenta la tendencia al suicidio.
–aumenta la proliferación de concubinatos y, con frecuencia, ocasiona una poligamia sucesiva.
Otra sombra que intimida el matrimonio y la familia es el aborto y la anticoncepción, la más grande tragedia de sangre de todos los tiempos que cada año se cobra 60 millones de niños muertos por abortos quirúrgicos y cerca de 500 millones de homicidios causados por dispositivos intrauterinos y píldoras abortivas. Sólo contando los abortos quirúrgicos, se realizan en el mundo casi 2 (dos) abortos por segundo, y si contamos todos los abortos reales (porque los producidos por píldoras también son abortos), se puede decir que se realizan como mínimo 16 abortos por segundo.
Esto está sumando al mundo en un verdadero envejecimiento y en muchos casos en despoblación. Actualmente hay más de 50 países, que representan casi la mitad de la población mundial, que no logran reemplazar sus generaciones, entre los cuales están Estados Unidos, Canadá, Cuba y la mayoría de las islas caribeñas, Georgia, Tailandia, China, Japón y Corea del Sur, Australia, la casi totalidad de los 40 países de Europa[9]. Para que tengan una idea, en nuestros días, el país que más está creciendo económicamente es China, pero los estudiosos afirman que China se hará vieja, antes de llegar a rica, porque con su política de un solo hijo por mujer, de aquí a pocos años, será un país de viejos con pocos jóvenes, en proporción, para poder mantenerlos[10].
Por último, destaco como amenaza cada vez más creciente en el matrimonio, la violencia, es decir, el uso deliberado de la fuerza para controlar o manipular al cónyuge o a los hijos. Abuso que se da a veces de modo físico, pero que está más extendido como violencia psicológica y sexual. Pensemos, pues, no solo a los golpes y heridas, sino también a los insultos, humillaciones, desprecios, amenazas, intimidaciones, gritos, control injusto del dinero, celos, exigencias para el cónyuge realice prácticas sexuales humillantes, o anticonceptivas, e incluso para que aborte. A menudo la violencia familiar se relaciona con el abuso del alcohol y las drogas, pero otras veces se debe solo a malos hábitos, caprichos, mal carácter, y falta de virtud. Esta situación es tan seria, que afecta, dicen los expertos, a un porcentaje que va del 33 al 66% de todos los adultos que viven bajo un mismo techo, independientemente de la edad, raza, el sexo, la religión, el estado marital o el nivel académico, económico o social[11]. ¡Y es contagiosa!: porque en los hogares donde un cónyuge maltrata a otro, se dan muchas probabilidades de que el maltrato se extienda a los hijos, por parte de los dos padres y que esos hijos, criados entre peleas, discusiones y golpes de sus progenitores, se vuelvan ellos mismos violentos con el prójimo y maltraten a sus esposas o esposos el día que ellos se casen.
Todos estos actos se oponen gravemente al amor y a la familia. Es un principio más que evidente que el amor no debe doler. El amor implica confianza, protección, respeto, diálogo, compartir la vida. La violencia en la familia es el anti-amor.
b) Comprender la vocación matrimonial
Hablando ahora en positivo, es más importante es el desafío de comprender la naturaleza y la vocación matrimonial y familiar. Puede parecer descabellado pero la realidad es que muchas familias ignoran lo que son.
Desconocen la naturaleza del matrimonio como institución natural y el verdadero y último sentido del sacramento que los constituye.
El matrimonio es una institución de orden natural, querida por Dios desde el principio del mundo y que todo hombre y toda mujer lleva grabada en su naturaleza como una inclinación natural. Por esta razón el matrimonio es y tiene que ser, la unión de un hombre con una mujer para siempre. Ninguna otra realidad (como la unión entre dos personas del mismo sexo, o la relación puramente temporal entre personas del mismo sexo, o el practicar la sexualidad sin compromiso alguno), puede equipararse a ella, y no está inscrita en la naturaleza, lo que equivale a decir que es antinatural.
Esta realidad ha sido elevada por Jesucristo a la dignidad de sacramento, es decir, lo ha constituido en un signo eficaz del amor que Él tiene hacia la Iglesia. Por eso los esposos unidos por el sacramento son una imagen visible del amor indisoluble que Cristo tiene por todos nosotros, los bautizados. De ahí que este signo, para no ser mentiroso, tiene que ser, necesariamente: indisoluble, personal, marcado por el amor y fecundo. Porque tales son las características del amor de Cristo hacia la Iglesia.
El matrimonio es el núcleo que da origen a la familia sin la cual no puede subsistir la sociedad humana. La familia es célula de la sociedad, lo que equivale a decir que es el origen y el sostén de la sociedad. Es célula biológica, porque las sociedades crecen y viven si hay familias verdaderamente constituidas y perece si desaparecen las familias; es célula cultural, porque la cultura se transmite en la familia, al transmitir la lengua, la historia, las tradiciones; es célula moral, porque las virtudes, los modales y los principios se aprenden en la familia. De ahí que una sociedad en que los matrimonios verdaderamente constituidos, decae, es una sociedad decadente.
3. Nuestra reacción
Frente a estos desafíos debemos responder con la altura requerida. Menciono solo dos actitudes que Dios espera de todos nosotros.
a) Luchar por nuestras familias
La primera es la firme voluntad de salvar nuestras familias. ¿Nos hemos preguntado por qué no se extinguen algunas especies más débiles en las selvas cuando las hembras dan a luz? Las hembras están en esos momentos debilitadas por el parto, y sus cachorros son frágiles y fácil presa de los depredadores que siempre las asechan. ¿Por qué subsisten? Sobreviven porque mientras la hembra está débil el macho la defiende incluso dando su vida por ella y por sus crías. Y luego se encarga la misma madre. ¡Ay de quien intente quitar un cachorro a una leona de la selva! ¿Por qué luchamos menos los humanos cuando se trata de salvar nuestras familias o nuestros hijos? Alguno me podrá decir: ¡no es cierto, somos capaces de dar la vida por nuestros hijos! ¡En cierta manera es verdad…! Somos capaces de pelear contra los enemigos externos de la familia: contra los asaltantes y los asesinos. Pero no hacemos lo mismo cuando los enemigos están dentro de la casa y dentro del propio corazón: son nuestros vicios, nuestros defectos, nuestras pasiones… ¿también luchamos como una leona cuando son nuestras pasiones las que pueden hacer daño a nuestras familias? ¿Estamos dispuestos a arrancar con furor esos vicios que son los que resquebrajan los cimientos de la familia: nuestra arrogancia, nuestra pereza para dedicar el tiempo a nuestras esposas o esposos, nuestras malas amistades, nuestra sensualidad, el descuido de nuestras miradas y afectos hacia personas que no son nuestros legítimos o legítimas consortes, la afición al alcohol o las drogas, las ocasiones de pecado, etc.?
¡Dios quiera que todos seamos leones defendiendo lo más sagrado que tenemos en este mundo, después de Dios y de la Iglesia, y que sólo puede ser destruido por los ladrones interiores!
Debemos, pues, esforzarnos por ser virtuosos y vencer nuestros defectos y vicios personales.
b) Rezar en familia
La segunda medicina que salva la familia la quiero explicar a la luz de una famosa pintura. ¿Quién no ha sentido hablar de la Capilla Sixtina pintada por Miguel Angel en los palacios Vaticanos? La parte más importante es el inmenso fresco que adorna la pared sobre el altar representando el Juicio Final. En lo alto está Cristo en actitud de juzgar a los vivos y a los muertos; a su lado, la Madre intercesora y los apóstoles. En la parte inferior la resurrección de los muertos y a la izquierda del espectador los condenados y a la derecha los que se salvan. A diferencia de muchos cuadros de la antigüedad ni los condenados de Miguel Angel llevan consigo los elementos que identifican los vicios por los que se condenan (fray Angélico representaba a los ladrones y avaros con bolsas de oro en sus cuellos, mordiéndose las manos a los iracundos, etc.) ni los salvados están representados con los medios que los han salvado… salvo un matrimonio de ancianos que está siendo levantado hacia el cielo por un ángel, pero no es una cuerda lo que utiliza sino ¡un Rosario de gruesas cuentas! El pintor, gran devoto de la Virgen Santísima, ha querido dejar plasmado de esta manera que la oración es el instrumento de salvación no sólo para cada individuo sino para las familias (no pintó un hombre o una mujer sino un hombre abrazado a su esposa).
La oración es el gran medio para que los fermentos de muerte no destruyan nuestras familias, y también para curar los matrimonios y las familias que ya están enfermas. Si dice san Alfonso que «el que reza se salva y el que no reza se condena», ¿no podremos decir lo mismo de las familias?
* * *
San Juan Pablo II poco antes del fin del anterior milenio dijo: “en torno a la familia y a la vida se libra hoy la batalla fundamental de la dignidad del hombre”[12].
Muchos creen que esta batalla no se puede ganar porque los enemigos son poderosos y a muy pocos les interesa esta lucha. En realidad todo depende del punto de vista. Se dice que en una oportunidad el director de una fábrica de zapatos envió a uno de sus empleados a un país culturalmente muy atrasado, para que le informara sobre la posibilidad de establecer allí un buen mercado de zapatos. A los pocos días el empleado le envió un telegrama: “Imposible vender zapatos, todos van descalzos”. Pero el director de la empresa decidió enviar a un segundo empleado con el mismo encargo. A los pocos días este le envió otro telegrama: “¡Aquí el negocio va a ser un éxito, porque todos necesitan zapatos!”
Esto nos enseña que podemos decir que todo está tan mal que nada podemos hacer, o que todo está tan mal que por más que hagamos un poco eso poco será un gran negocio. Jesús obró de la segunda manera; nosotros podemos imitarlo a él intentando salvar las familias de nuestro tiempo, o bien cruzarnos de brazos. La elección ya es de cada uno de nosotros.
NOTAS
[1] Tomo estos datos de un reportaje a Kiko Argüello publicado en Zenit 1/1/2008.
[2] “Un informe que la organización de Hong Kong Human Rights Defenders (CHRD) hizo público el pasado diciembre daba testimonio de abusos generalizados en la planificación familiar, que van desde abortos forzados y esterilizaciones a pruebas de embarazo impuestas por la fuerza. Además, aquellos hombres y mujeres que violan la restricción del número de hijos son golpeados, detenidos o multados. Según CHRD, algunos incluso han perdido sus empleos o se les ha negado el permiso para registrar a sus hijos en su hogar” (Flynn, John, Los problemas de población de China, Zenit, 29 de mayo de 2011).
[3] NOTICIAS GLOBALES, Año XIV. Número 965, 05/11. Gacetilla n° 1088. Buenos Aires, 16 febrero 2011.
[4] Sanahuja, Juan C., La ideología de género y el proceso de reingeniería social anticristiana, en: AA.VV. Mujer y varón. ¿Misterio o autoconstrucción?, Madrid (2008), 141.
[5] Ibidem, 154.
[6] Ibidem, 154.
[7] Ibidem, 155.
[8] Michela, Fuggita da Satana. La mia lotta per scappare dell’Inferno, Casale Monferrato (2007), 12.
[9] Cf. Declaración del Consejo Pontificio para la Familia sobre la disminución de la fecundidad en el mundo, L’Osservatore Romano, 27 de marzo de 1998, pp. 10-11.
[10] Cf. Flynn, John, Los problemas de población de China, Zenit, 29 de mayo de 2011.
[11] Women Healing the Wounds. NCCW Responds to Domestic Violence Against Women (folleto), National Council of Catholic Women, 1275 K Street, NW, Suite 975, Washington D.C., 20005.
[12] Juan Pablo II, Discurso a los Obispos del CELAM, 3 de octubre de 1997.