Publico el buen análisis que hace George Weigel sobre el Informe Final del Sínodo de la Familia que acaba de concluir este 25 de octubre de 2015. El artículo apareció en inglés en la Revista First Things (al final se puede leer el texto original). Esta es la traducción hecha por Josep Maria Fontdecaba Climent, aparecida en InfoCatólica.
El Informe final del Sínodo 2015
George Weigel
La «Relatio Finalis» [informe final] del Sínodo 2015, adoptada esta tarde por los Padres Sinodiales, es una enorme y alentadora mejora del «Instrumentum Laboris» (documento de trabajo) que fue la base para el trabajo del Sínodo. La tremenda diferencia entre los dos documentos ilustra como de provechoso fue el camino del Sínodo durante estas tres semanas a veces retadoras.
Diferencias considerables, considerable mejora.
Cargado como estaba de sociología, y no muy buena sociología, el documento de trabajo era, en más de unos cuantos puntos, difícil de reconocer como un documento de la Iglesia. El informe final es claramente un documento eclesial, un producto de la meditación de la Iglesia sobre la Palabra de Dios, entendida como la lente a través de la cual la Iglesia interpreta su experiencia contemporánea.
El documento de trabajo era bíblicamente anoréxico. El informe final es ricamente bíblico, incluso elocuentemente bíblico, como corresponde a un encuentro del Sínodo en el quincuagésimo aniversario de la conclusión del Concilio Vaticano Segundo y su Constitución Dogmática sobre la Revelación Divina, «Dei Verbum».
A veces, el documento de trabajo parecía casi avergonzado de la asentada doctrina de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio, sobre las condiciones necesarias para la recepción digna de la Sagrada Comunión, y sobre las virtudes de la castidad y fidelidad. El informe final reafirma la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio, Sagrada Comunión, y la posibilidad de vivir virtuosamente en el mundo post-moderno. Y lo hace sin reparos, incluso cuando llama a la Iglesia a una proclamación más efectiva de la verdad lo lleva como patrimonio del mismo Señor Jesús, y a un mayor cuidado pastoral de aquellos con circunstancias maritales y familiares difíciles.
El documento de trabajo silenciaba virtualmente el don de los hijos. El informe final describe a los hijos como una de las mayores bendiciones, alaba las familias grandes, tiene cuidado de honrar los niños con necesidades especiales, y eleva el testimonio de parejas casadas felices y fructíferas y a sus hijos como agentes de evangelización.
El documento de trabajo hizo una especie de discusión a fondo de la conciencia y su papel en la vida moral. El informe final hace un mucho mejor trabajo explicando lo que entiende la Iglesia de la conciencia y su relación con la verdad, rechazando la idea que la conciencia es una especie de facultad sin ataduras de la voluntad que puede funcionar como el equivalente de la carta «Queda libre de la cárcel».
El documento de trabajo estaba lleno de ambigüedades sobre la práctica pastoral y su relación con la doctrina. El informe final, aunque no está libre de algunas ambigüedades, deja claro que el cuidado pastoral debe empezar de una base de compromiso con la enseñanza asentada de la Iglesia, y que realmente no hay algo como «opción de Catolicismo local», en términos de soluciones regionales/nacionales a los desafíos o soluciones parroquia por parroquia. La Iglesia continúa siendo una Iglesia.
El documento de trabajo también era ambiguo en la descripción de »familia». El informe final subraya que no es posible trazar analogías entre lo que entiende el Catolicismo por «matrimonio» y «familia» y otros arreglos sociales, no importa su estatuto legal.
Misericordia y verdad a veces parecían en tensión en el documento de trabajo. El informe final es mucho más desarrollado teológicamente al relacionar misericordia y verdad en Dios, y entonces inseparables de la doctrina y práctica de la Iglesia.
El documento de trabajo no era una gran cosa desde el punto de vista literario y era algo más que laborioso de digerir. El documento final es bastante elocuente en un número de puntos y enriquecerá las vidas de los que lo lean, aunque muchos quizás no estén de acuerdo con una u otra formulación.
En resumen, el informe final, aunque no sin defectos, va mucho más lejos – y a años luz más allá del «Instrumentum Laboris» – en aquello que el Papa Francisco y muchos padres Sinodiales querían hacer en este proceso de dos años: elevar y celebrar la visión Católica del matrimonio y la familia como una respuesta luminosa a la crisis de estas instituciones en el siglo veintiuno.
Trasfondo y oportunidades perdidas
El Sínodo-2015 también ha traído a la luz varios problemas serios que deben ser tratados mientras la Iglesia se mueve más allá de los Sínodos gemelos de 2014 y 2015, con el informe final del Sínodo-2015 como marco de trabajo para una reflexión adicional (y para el que sea el documento post-sinodial que el Papa Francisco eventualmente elija emitir).
El primero de estos problemas podría llamarse uno de digestión teológica y pastoral. Fue dolorosamente claro en más de unas pocas intervenciones en la asamblea general del Sínodo – y de alguno de los informes de los grupos de discusión del Sínodo basados en la lengua – que amplios sectores de la Iglesia mundial no han ni siquiera empezado a interiorizar la enseñanza de la «Familiaris Consortio» (la exhortación apostólica de 1981de Juan Pablo II que completa el trabajo del Sínodo de la Familia de 1980), mucho menos la teología del Cuerpo de Juan Pablo. Peor, algunas partes de la Iglesia Europea occidental parece que consideran cualquier referencia a este material como trillado sin esperanza, incluso si solo tiene algo más de treinta años. El entusiasmo con el que la Teología del Cuerpo fue recibida en las partes más alerta de la Iglesia en Norte América ha sido ciertamente parte de la discusión en el Sínodo-2015; pero queda mucho trabajo por hacer para que esta única perspectiva Católica sobre corporalidad, sexualidad y amor humano dé frutos pastorales en América Latina y Europa.
Todavía, quizás no sorprende que lleva tiempo arraigar la enseñanza genuina que ensancha y desarrolla la tradición Católica; estas cosas siempre llevan tiempo. Pero dada la velocidad con el que le cambio cultural (o deconstrucción cultural) está invadiendo el mundo occidental, ciertamente cabe esperar que las iglesias locales que todavía no han hecho uso de estos recursos aprieten el acelerador.
El Sínodo 2015 habría sido más honesto si hubiese sacado a la superficie el duro hecho de que el asunto de la comunión y de la conciencia a menudo funcionan como pretexto de los episcopados, normalmente desde el mundo germano-hablante, que quieren olvidar la «Humanae Vitae» y deconstruir la «Veritatis Splendor». Esas partes del Iglesia mundial nunca han perdonado a Pablo VI por reafirmar en la «Humanae Vitae», la visión clásica de los medios apropiados para regular la fertilidad. Tampoco han perdonado a Juan Pablo II el rechazo de la teología de la moral proporcionalista de grandes figuras teológicas alemanas como son Bernard Häring y Joseph Fuchs e insistir, en la «Veritatis Splendor», que algunos actos son, en y por ellos mismos, gravemente malos («malum in se»). Un prominente padre Sinodial del Catolicismo germano-hablante incluso fue tan lejos para sugerir, en un entrevista antes del Sínodo 2015, que siempre se podía encontrar algo bueno en todas las situaciones, que «malum in se» no tiene sentido real en nuestro mundo. (Uno inmediatamente piensa en violaciones, tortura de niños, tráfico sexual de chicas, crucifixiones y decapitaciones de Cristianos por el ISIS, y se pregunta que pasa con esta notable afirmación ).
Además del orgullo intelectual que he notado como un problema en estas luchas, uno tampoco puede dejar de preguntarse sobre una cierta ceguera de la historia. La desintegración del tejido moral de Occidente está dirigiendo, paso a paso, a lo que Benedicto XVI acertadamente llamó la «dictadura del relativismo» – el uso del poder coercitivo del estado para imponer a fondo un código moral relativístico en toda la sociedad. ¿Por qué prominentes obispos gemano-hablantes no pueden ver esto?
Otro trasfondo en los debates del Sínodo 2015 ha sido una cuestión tan vieja como la controversia entre Agustín y Pelagio – y probablemente mucho más vieja que esa: ¿Somos pecadores necesitados de redención, o somos básicamente buenas personas que pueden, por nuestros propios esfuerzos, empujarnos a nosotros mismos a la nobleza a la que aspiramos? La última opción ahora viene empaquetada como «individualismo expresivo» – el término usado por el catedrático de derecho de Notre Dame Carteer Snead, en observaciones comunicadas esta semana en «Letter to the Synod» [en www.firstthings.com], para resumir la noción post-moderna de la persona como simplemente un manojo de deseos,una voluntad corporal. Es bastante malo, como el Catedrático Snead dijo, cuando cinco jueces del Tribunal Supremo de EE.UU. creen en esto y lo usan para encontrar «derechos» en la constitución que habrían sido inimaginables para los que la escribieron y adoptaron ese texto y sus enmiendas. Es mucho más que malo cuando uno encuentra obispos Católicos que viran en una dirección similar, equivocada, actuando bajo presiones culturales que parece que estén creando un sentido de desesperación pastoral. Aquí hay, entonces, otro asunto que necesita ser examinado seriamente en la Iglesia post-Sínodo 2015.
Finalmente, y a pesar de todas las cosas buenas del informe final, es una lástima que un Sínodo que pretendía cambiar el mundo ha acabado siendo una batalla sobre cambiar la Iglesia – o permanecer fiel a su doctrina constitutiva y forma. Esto no es, uno espera, lo que el Papa Francisco quería, pero es lo que ha ocurrido, y que en sí misma ha sido una oportunidad perdida. También sugiere que la pasión por una «Iglesia permanentemente en misión» de la cual habla el Santo Padre todavía tiene que ser comunicada a algunos sectores muy importantes de la Iglesia mundial.
Una Iglesia vuelta en sí misma no es la Iglesia de la Nueva Evangelización. Queda para los que están comprometidos con el renacimiento evangélico del Catolicismo en el siglo veintiuno enlazar la familia a la misión más estrechamente de lo que ha hecho el Sínodo 2015.
The Final Report of Synod-2015
The Relatio Finalis [final report] of Synod-2015, adopted this evening by the Synod Fathers, is a massive and encouraging improvement over the Instrumentum Laboris [working document] that was the baseline for the Synod’s work. The tremendous difference between the two documents illustrates just how fruitful a path the Synod walked over three sometimes-challenging weeks.
Considerable differences, considerable improvement
Laden as it was with sociology, and not-too-good sociology at that, the working document was, at more than a few points, hard to recognize as a Church document. The final report is clearly an ecclesial text, a product of the Church’s meditation on the Word of God, understood as the lens through which the Church interprets its contemporary experience.
The working document was biblically anorexic. The final report is richly biblical, even eloquently biblical, as befits a Synod meeting on the fiftieth anniversary of the conclusion of the Second Vatican Council and its Dogmatic Constitution on Divine Revelation, Dei Verbum.
At times, the working document seemed almost embarrassed by the settled doctrine of the Church on the indissolubility of marriage, on the conditions necessary for the worthy reception of Holy Communion, and on the virtues of chastity and fidelity. The final report reaffirms the Church’s doctrines on marriage, Holy Communion, and the possibility of living virtuously in the post-modern world. And it does so without cavil, even as it calls the Church to a more effective proclamation of the truths it bears as a patrimony from the Lord Jesus himself, and to more solicitous pastoral care of those in difficult marital and familial circumstances.
The working document was virtually silent on the gift of children. The final report describes children as one of the greatest of blessings, praises large families, is careful to honor special-needs kids, and lifts up the witness of happily and fruitfully married couples and their children as agents of evangelization.
The working document made something of a hash out of conscience and its role in the moral life. The final report does a much better job of explaining the Church’s understanding of conscience and its relationship to truth, rejecting the idea that conscience is a kind of free-floating faculty of the will that can function as the equivalent of a “Get Out of Jail Free” card.
The working document was full of ambiguities about pastoral practice and its relationship to doctrine. The final report, while not without some ambiguities, makes clear that pastoral care must begin from a bottom-line of commitment to the settled teaching of the Church, and that there really is no such thing as “local-option Catholicism,” either in terms of regional/national solutions to challenges or patish-by-parish solutions. The Church remains one Church.
The working document was also ambiguous in its description of “family.” The final report underscores that there can be no proper analogy drawn between the Catholic understanding of “marriage” and “family” and other social arrangements, no matter what their legal status.
Mercy and truth sometimes seemed in tension in the working document. The final report is far more theologically developed in relating mercy and truth in God, and thus inseparable in the doctrine and practice of the Church.
The working document was not much from a literary point of view, and was more than a little laborious to digest. The final report is quite eloquent at a number of points and will enrich the lives of those who read it, however much they may disagree with this or that formulation.
In sum, the final report, though not without flaws, goes a very long way—and light years beyond theInstrumentum Laboris—in doing what Pope Francis and many Synod fathers wanted this entire two-year process to do: lift up and celebrate the Catholic vision of marriage and the family as a luminous answer to the crisis of those institutions in the twenty-first century.
Subtexts and missed opportunities
Synod-2015 has also brought to light several serious problems that remain to be addressed as the Church moves beyond the twinned Synods of 2014 and 2015, with the Synod-2015 final report as a framework for further reflection (and for whatever post-synodal document Pope Francis eventually chooses to issue).
The first of these problems might be called one of theological and pastoral digestion. It was painfully clear from more than a few of the interventions in the Synod general assembly—and from some of the reports of the Synod’s language-based discussion groups—that large sectors of the world Church have not even begun to internalize the teaching of Familiaris Consortio (John Paul II’s 1981 apostolic exhortation completing the work of the 1980 Synod on the Family), much less John Paul’s Theology of the Body. Worse, some parts of the western European Church seem to regard any reference to such material as hopelessly old hat, even though it’s only thirty-some years old. The enthusiasm with which the Theology of the Body has been received in the more alert parts of the Church in North America was certainly part of the discussion at Synod-2015; but a great deal of work remains to be done to bring this uniquely Catholic perspective on embodiedness, sexuality, and human love to pastoral fruition in Latin America and Europe.
Still, it’s perhaps not surprising that it takes a while for genuinely original teaching that stretches and develops the Catholic tradition to take hold; these things always take time. But given the rapidity with which cultural change (or cultural deconstruction) is washing over the western world, it’s certainly to be hoped that local churches which have not yet availed themselves of these resources hit the accelerator.
Synod-2015 would also have been more honest had the debate brought to the surface the hard fact that the communion issue and the conscience issue often functioned as stalking horses for episcopates, largely from the German-speaking world, that want to forget Humanae Vitae and deconstruct Veritatis Splendor. Those parts of the world Church have never forgiven Paul VI for reaffirming, in Humanae Vitae, of the classic Catholic view of the appropriate means for regulating fertility. Neither have they forgiven John Paul II for rejecting the proportionalist moral theology of such major German theological figures as Bernard Häring and Joseph Fuchs and insisting, inVeritatis Splendor, that some acts are, in and of themselves, gravely evil (malum in se). One prominent Synod father from German-speaking Catholicism even went so far as to suggest, in an interview prior to Synod-2015, that there was always some good to be found in every situation, that malum in sehad no real meaning in our world. (One immediately thinks of rape, the torture of children, sex-trafficking of young girls, ISIS crucifixions and beheadings of Christians, and wonders just what was going on in this remarkable statement.)
In addition to the intellectual pride that I’ve already noted as a problem in these contestations, one can’t also help wonder about a certain blindness to history. The unraveling of the moral fabric of the West is leading, step by step, to what Benedict XVI aptly called the “dictatorship of relativism”—the use of coercive state power to impose a thoroughly relativistic moral code on all of society. Why can’t prominent German-speaking bishops see this?
Another subtext to the debates at Synod-2015 was a question as old as the controversy between Augustine and Pelagius—and probably a lot older than that: Are we sinners in need of redemption, or are we basically good people who can, by our own efforts, pull ourselves up to the nobility to which we aspire? The latter option now comes packaged as “expressive individualism”—the term used by Notre Dame law professor Carter Snead, in remarks reported earlier this week in LETTERS TO THE SYNOD, to sum up the post-modern notion of the human person as simply a bundle of desires, an embodied will. It’s bad enough, as Professor Snead said, when five justices of the U.S. Supreme Court believe this and then use it as the excuse to find “rights” in the Constitution that would have been unimaginable to those who wrote and adopted that text and its amendments. It’s far worse when one finds Catholic bishops who seem to be veering in a similar, misguided direction, acting under cultural pressures that seem to be creating a sense of pastoral desperation. Here, then, is another issue that needs serious examination in the post-Synod-2015 Church.
Finally, and despite all the good things in the final report, it’s a shame that a Synod intended to be about changing the world ended up being a battle over changing the Church—or remaining faithful to its constitutive doctrine and form. This is not, one expects, what Pope Francis wanted, but it’s what happened, and that in itself is a missed opportunity. It also suggests that the passion for a “Church permanently in mission” of which the Holy Father speaks has yet to be communicated to some very important sectors of the world Church.
A Church turned inward is not the Church of the New Evangelization. So it remains for those committed to the evangelical rebirth of Catholicism in the twenty-first century to more closely link family to mission than Synod -2015 was able to do.
—George Weigel, Distinguished Senior Fellow and William E. Simon Chair in Catholic Studies, Ethics and Public Policy Center
Me parece interesante que empiece con la carga sociológica del principio, sólo un documento celestial puede ayudar tan grande carga. Este problema no fue creado por la Iglesia, en vez de tantas críticas el mundo debería estar agradecido a la Iglesia por ayudar con tantas cargas. Gracias