Es conocido que el Card. Carlo Caffarra, arzobispo de Bolonia, es uno de los mayores expertos en el tema de la matrimonio y de la familia. En 1980 fue nombrado por San Juan Pablo II experto en el Sínodo de los obispos sobre el matrimonio y la familia, y al año siguiente, 1981, el mismo Pontífice le confirió el mandato de fundar y presidir el Pontificio Instituto Juan Pablo II para estudios sobre Matrimonio y Familia, en la Universidad de Letrán, Roma. Publico a continuación una entrevista de Matteo Mateuzzi, en Il Foglio, del 15 de marzo de 2014. En primer lugar ofrezco la traducción española de los principales pasajes, tal como fue publicada en Infocatólica, y luego el texto completo en italiano (P. Miguel Ángel Fuentes, ive).
NO SE PODRÁ DAR LA COMUNIÓN A DIVORCIADOS VUELTOS A CASAR
Entrevista al Card. Carlo Caffarra
El cardenal Caffarra recuerda que Juan Pablo II ratificó que ningún Papa puede romper el vínculo matrimonial. El cardenal y arzobispo de Bolonia, S.E.R Carlo Caffarra, aborda en una entrevista para Il Foglio los temas del orden del día del Sínodo extraordinario de octubre y del Sínodo ordinario del 2015: matrimonio, familia, doctrina de la Humanae vitae, penitencia. El prelado italiano critica las palabras del cardenal Kasper sobre el acceso a la comunión de los divorciados vueltos a casar y advierte que Juan Pablo II indicó que la potestad papal no puede dar ningún tipo de legitimidad a una segunda unión mientras permanezca el vínculo matrimonial, que es indisoluble.
La Familiaris Consortio de Juan Pablo II se encuentra en medio de un fuego cruzado. Por una parte se dice que es el fundamento del Evangelio de la familia, por otra que es un texto superado. ¿Cabe pensar en una actualización?
Si hablamos de la ideología de género y del denominado «matrimonio» homosexual, es verdad que en los años de la Familiaris Consortio no se hablaba de ello. Pero de todos los demás problemas, sobre todo de los divorciados vueltos a casar, se habló largamente. De esto soy testigo directo, porque fui uno de los consultores del Sínodo de 1980. Decir que la Familiaris Consortio ha nacido en un contexto histórico completamente distinto del actual no es verdad. Después de matizar esto, puedo decir antes que nada que la FC nos ha enseñado un método con el que se deben afrontar las cuestiones sobre el matrimonio y la familia. Usando ese método la Familiaris Consortio ha llegado a una doctrina que sigue siendo un punto de referencia ineludible. ¿Cuál es el método? Cuando preguntan a Jesús en qué condiciones era lícito el divorcio no se discutía en ese momento sobre la licitud como tal; Jesús no entra en la problemática casuística de la que nacía la pregunta, sino que indica en qué dirección se debía mirar para entender qué es el matrimonio y en consecuencia cuál es la verdad de la indisolubilidad matrimonial. Fue como si Jesús hubiera dicho: «Mirad que debéis salir de esta lógica casuística y mirar en otra dirección: la del «Principio». Es decir: debéis mirar allá donde el hombre y la mujer vienen a la existencia, en la verdad plena de su ser hombre y mujer llamados a ser una sola carne. (…)
¿Cuál es el significado más profundo y actual de la Familiaris Consortio?
«Por tener ojos capaces de conservar la luz del Principio», la Familiaris Consortio afirma que la Iglesia tiene un «sentido sobrenatural de la fe» que no consiste única o necesariamente en el consenso de los fieles. «La Iglesia, siguiendo a Cristo, busca la verdad que no siempre coincide con la opinión de la mayoría. Escucha a la conciencia y no al poder, en lo cual defiende a los pobres y despreciados. La Iglesia puede recurrir también a la investigación sociológica y estadística, cuando se revele útil para captar el contexto histórico dentro del cual la acción pastoral debe desarrollarse y para conocer mejor la verdad; no obstante tal investigación por sí sola no debe considerarse, sin más, expresión del sentido de la fe» (FC 5). He hablado de «verdad del matrimonio». Querría precisar que esta expresión no indica una norma ideal del matrimonio. Indica lo que Dios con su acto creador ha inscrito en la persona del hombre y de la mujer. Cristo dice que antes de considerar los casos, conviene saber de qué cosa estamos hablando. No estamos hablando de una norma, que admita o no excepciones, de un ideal hacia el cual haya que ir. Estamos hablando de qué es el matrimonio y qué es la familia. (…) La Exhortación describe el sentido más profundo de la indisolubilidad matrimonial (FC 20). La Familiaris Consortio representa un desarrollo doctrinal grandioso, hecho posible también gracias al ciclo de catequesis de Juan Pablo II sobre el amor humano (…), dirigiendo su atención a las raíces profundas. (…) Y no ha ignorado los problemas concretos. Ha hablado también del divorcio, de las parejas de hecho, del problema de la admisión a la Eucaristía de los divorciados vueltos a casar. Por tanto la imagen de una Familiaris Consortio que pertenece al pasado, que no tiene nada que decir en el presente, o es una caricatura o es lo que consideran personas que no la han leído.
Muchas conferencias episcopales han destacado que las respuestas a los cuestionarios en preparación de los dos próximos Sínodos muestran que la doctrina de la Humanae Vitae ya sólo crea confusión. ¿Es así, o ha sido un texto profético?
El 28 de junio de 1978, algo más de un mes antes de morir, Pablo VI decía: «Por la Humanae Vitae, daréis gracias a Dios y a mí». Después de 46 años, veamos sintéticamente qué ha sucedido a la institución matrimonial y nos daremos cuenta de cómo aquel documento fue profético. Negando la conexión inseparable entre la sexualidad conyugal y la procreación, es decir negando la enseñanza de la Humanae Vitae, se ha abierto el camino a la recíproca desconexión entre la procreación y la sexualidad conyugal: «from sex without babies to babies without sex» (NdR «del sexo sin niños al niños sin sexo»). Se ha ido oscureciendo progresivamente que el fundamento de la procreación humana está en el amor conyugal, y se ha construido gradualmente la ideología de que cualquiera puede tener un hijo, el hombre o la mujer solteros, los homosexuales, incluso mediante la «maternidad subrogada». Se ha pasado por tanto de la idea del hijo esperado como un don al hijo programado como un derecho: se dice que existe el derecho a tener un hijo. (…) Esto es increíble. Yo tengo el derecho a tener cosas, no personas. Se ha ido progresivamente construyendo un código simbólico, ético y jurídico, que relega la familia y el matrimonio a la pura afectividad privada, sin importar sus efectos en la vida social.
La pregunta que hay que hacerse no es si la Humanae Vitae es aplicable hoy o hasta qué punto es aplicable o si solo crea confusión. La pregunta qué conviene hacerse es ¿la Humanae Vitae dice la verdad sobre el bien propio de la relación conyugal? ¿Dice la verdad acerca del bien que está presente en la unión de las personas de los dos cónyuges en el acto sexual? En efecto, la esencia de las proposiciones normativas de la moral y del derecho se encuentra en la verdad del bien que en ellas es objetivada. Si no se razona con esta perspectiva, se cae en la casuística de los fariseos. Y ya no se vuelve a salir, porque se entra en un callejón al final del cual se encuentra la obligación de elegir entre la norma moral y la persona. Si se salva una, no se salva la otra. La pregunta del pastor es por tanto la siguiente: ¿cómo puedo orientar a los cónyuges para que vivan su amor conyugal en la verdad? El problema no es verificar si se encuentran en una situación que les exime de una norma, sino cuál es el bien de la relación conyugal. Cuál es su verdad íntima. Me sorprende que alguno diga que la Humanae Vitae crea confusión. ¿Qué quiere decir? ¿Conocen la fundamentación que ha hecho Juan Pablo II de la Humanae Vitae?
Añado una consideración. Me maravilla profundamente el hecho de que, en este debate, ni siquiera eminentísimos cardenales tengan en cuenta las 134 Catequesis sobre el amor humano. Nunca un Papa había hablado tanto de esto. Ese magisterio es ignorado, como si no existiese. ¿Crea confusión? Quien afirma esto ¿está al corriente de cuánto se ha hecho en el plano científico sobre la regulación natural de la concepción? ¿Está al corriente de innumerables parejas que en el mundo viven con alegría la verdad de la Humanae Vitae?
El Cardenal Kasper subraya también que hay grandes expectativas en la iglesia respecto al Sínodo y que se corre el riesgo de «una pésima desilusión» si aquellas fueran desatendidas. ¿Es un riesgo real, a su juicio?
No soy profeta ni soy hijo de profetas. Ocurre algo admirable. Cuando el pastor no predica opiniones suyas o del mundo, sino el Evangelio del matrimonio, sus palabras golpean los oídos de los que escuchan, pero en su corazón entra en acción el Espíritu Santo abriéndolo a las palabras del pastor. Me pregunto además de qué expectativas estamos hablando. Una gran cadena de televisión de Estados Unidos ha realizado una encuesta en comunidades católicas por todo el mundo, que refleja una realidad muy diferente de las respuestas al cuestionario registradas en Alemania, Suiza y Austria. Un solo ejemplo. El 75 por ciento en la mayoría de los países africanos es contrario a la admisión a la Eucaristía de los divorciados vueltos a casar. Repito de nuevo: ¿de qué expectativas estamos hablando? ¿De las del occidente? ¿Es entonces occidente el paradigma fundamental sobre el que la Iglesia debe evangelizar? ¿Así estamos todavía? Vayamos y escuchemos también un poco a los pobres. Me quedo muy perplejo y pensativo cuando se dice que si no se avanza en una cierta dirección sería mejor no haber convocado el Sínodo. ¿En qué dirección? ¿La dirección que, según se dice, han indicado las comunidades de centroeuropa? ¿Y por qué no en la dirección indicada por las comunidades africanas?
El Cardenal Müller ha dicho que es terrible que los católicos no conozcan la doctrina de la Iglesia y que esta carencia no puede justificar la exigencia de adecuar la enseñanza católica al espíritu de nuestro tiempo. ¿Se echa en falta una pastoral familiar?
Ha faltado esa pastoral. Es una gravísima responsabilidad de nosotros los pastores reducir todo a los cursos prematrimoniales. ¿Y la educación de la afectividad de los adolescentes, de los jóvenes? ¿Qué pastor de almas habla hoy de castidad? Un silencio casi total, desde hace años, por lo que yo conozco. Fijémonos en el acompañamiento de las parejas jóvenes: preguntémonos si hemos anunciado de verdad el Evangelio del matrimonio, si lo hemos anunciado como pidió Jesús. Y además, ¿por qué no nos preguntamos por qué los jóvenes ya no se casan? No siempre es por razones económicas, como se suele decir. Hablo de la situación en Occidente. Si se hace una comparación con los jóvenes que se casaban hasta hace treinta años, las dificultades que tenían no eran menores de las de hoy. Pero aquellos construían un proyecto, tenían una esperanza. Hoy tienen miedo y el futuro da miedo; pero si hay una decisión que exige esperanza en el futuro, es la decisión de casarse. Estas son las preguntas fundamentales, hoy. Tengo la impresión de que si Cristo se presentase de pronto en una reunión de sacerdotes, obispos y cardenales que discuten sobre todos los graves problemas del matrimonio y la familia, y le preguntaran como hicieron los fariseos: «Maestro, ¿pero el matrimonio es disoluble o indisoluble? ¿O en algunos casos, después de una debida penitencia…?». ¿Qué respondería Jesús? Pienso que la misma respuesta que dio a los fariseos: «Mirad al Principio».
El hecho es que ahora se quieren curar los síntomas sin afrontar seriamente la enfermedad. El Sínodo, por tanto, no podrá evitar tomar posición frente a este dilema: la forma en que se está modificando la morfología del matrimonio y de la familia es positivo para la persona, para sus relaciones y para la sociedad, o más bien lleva a la decadencia de la persona, de sus relaciones, lo que puede tener efectos devastadores sobre toda una civilización? El Sínodo no puede evitar esta pregunta.
Se habla de la posibilidad de readmitir a la Eucaristía a los divorciados vueltos a casar. Una de las soluciones propuestas por el Cardenal Kasper toma en consideración un período de penitencia que lleve al pleno acercamiento. ¿Es una necesidad ya ineludible o es una adecuación de la enseñanza cristiana según las circunstancias?
Quien hace esa hipótesis, al menos hasta ahora no ha respondido a una pregunta muy sencilla: ¿qué pasa con el primer matrimonio rato y consumado? Si la Iglesia admite a la Eucaristía, debe dar en cualquier caso un juicio de legitimidad de la segunda unión. Es lógico. Pero los Papas siempre han enseñado que la potestad del Papa no alcanza a esto: sobre el matrimonio rato y consumado el Papa no tiene ningún poder. La solución que se ha propuesto lleva a pensar que permanece el primer matrimonio, pero hay también una segunda forma de convivencia que la Iglesia legitima. En consecuencia, hay un ejercicio de la sexualidad humana extraconyugal que la Iglesia considera legítimo. Pero con esto se niega la columna que sostiene la doctrina de la Iglesia sobre la sexualidad. Y entonces uno podría preguntarse: ¿y por qué no se aprueban las uniones de hecho? ¿Y por qué no las relaciones entre homosexuales? La pregunta de fondo es por tanto sencilla: ¿qué pasa con el primer matrimonio? Pero nadie responde. Juan Pablo II decía en el año 2000 en una alocución a la Rota que «se deduce claramente que el Magisterio de la Iglesia enseña la no extensión de la potestad del Romano Pontífice a los matrimonios sacramentales ratos y consumados como doctrina que se ha de considerar definitiva, aunque no haya sido declarada de forma solemne mediante un acto de definición» (NdR. n.6 de la Alocución). La fórmula es técnica, «doctrina que se ha de considerar definitiva» y quiere decir que sobre esto no se admite la discusión entre los teólogos y la duda entre los fieles.
Entonces, ¿no es una cuestión sólo de praxis, sino también de doctrina?
Sí, en esto se toca la doctrina. Inevitablemente. Se puede decir que no se hace, pero se hace. Y no sólo eso. Se introduce una costumbre que con el tiempo asienta esta idea en el pueblo, no solo cristiano: no existe ningún matrimonio absolutamente indisoluble. Y esto ciertamente va contra la voluntad del Señor. No hay ninguna duda sobre esto.
¿Pero no existe el riesgo de considerar el sacramento solo como una especie de barrera disciplinar y no como un medio de curación?
Es verdad que la gracia del sacramento también sana, pero conviene ver en qué sentido. La gracia del matrimonio sana porque libra al hombre y a la mujer de su incapacidad de amarse para siempre con toda la plenitud de su ser. Esta es la medicina del matrimonio: la capacidad de amarse para siempre. (…). La indisolubilidad matrimonial es un don que hace Cristo al hombre y a la mujer que se casan en Él. Es un don, no es ante todo una norma que viene impuesta. No es un ideal al que deben intentar llegar. Es un don y Dios no se arrepiente nunca de sus dones. Por eso Jesús, respondiendo a los fariseos, basa su respuesta revolucionaria en un acto divino: «Lo que Dios ha unido», dice Jesús. Es Dios quien une, de lo contrario el carácter definitivo sería solo un deseo que es natural pero imposible de hacerse realidad. Dios mismo lo cumple. El hombre puede también decidir no usar esta capacidad de amar definitivamente y totalmente. (…) El matrimonio, el sacramento del matrimonio produce inmediatamente un vínculo que ya no depende de la voluntad de los cónyuges, porque es un don que Dios les ha hecho. Estas cosas hoy no se dicen a los jóvenes que se casan. Y luego nos asombramos de que suceda lo que sucede.
Se ha iniciado un debate apasionado sobre el sentido de la misericordia. ¿Qué valor tiene esta palabra?
Tomemos la página de Jesús y la adúltera. Para la mujer descubierta en adulterio, la ley de Moisés era clara: debía ser lapidada. Los fariseos en efecto preguntan a Jesús qué piensa sobre esto (…). Si hubiera dicho «lapidadla», enseguida habrían afirmado «ya veis, predica la misericordia, come con los pecadores, y a la hora de la verdad también dice que hay que lapidarla». Si hubiera respondido «no debéis lapidarla», habrían dicho «a esto lleva la misericordia, a destruir la ley y todos los vínculos jurídicos y morales». Esta es la típica perspectiva de la moral casuística, que te lleva inevitablemente a un callejón al final del cual está el dilema entre la persona y la ley. Los fariseos querían llevar al Señor a ese callejón. Pero Él sale totalmente de esa perspectiva, y dice que el adulterio es una gran mal que destruye la verdad de la persona humana que traiciona. Y precisamente porque es un gran mal, Jesús, para quitarlo, no destruye a la persona que lo ha cometido, sino que la cura de este mal y le recomienda que no vuelva a caer en él. «Tampoco yo te condeno, vete y no peques más». Esta es la misericordia de la que solo el Señor es capaz.
Esta es la misericordia que la Iglesia anuncia desde siempre. La Iglesia debe decir qué es lo que está mal. Ha recibido de Jesús el poder de curar, pero en las mismas condiciones. Es verdad que el perdón siempre es posible: lo es para el asesino, lo es también para el adúltero. Era una dificultad que planteaban los fieles a San Agustín: se perdona el homicidio, pero la víctima no resucita. ¿Por qué no perdonar el divorcio, este estado de vida, el nuevo matrimonio, cuando ya no es posible que el primero «reviva»? Pero es algo completamente diferente. En el homicidio se perdona a una persona que ha odiado a otra hasta matarla físicamente, y se pide el arrepentimiento de esto. (…) En el caso del divorciado vuelto a casar, la Iglesia dice: «este es el mal, el rechazo del don de Dios, la voluntad de despreciar el vínculo puesto por el mismo Señor».
La Iglesia perdona, pero con la condición de que haya arrepentimiento. Pero el arrepentimiento significa volver al primer matrimonio. No es serio decir: estoy arrepentido pero permanezco en la misma situación que constituye la ruptura del vínculo de la cual me arrepiento. A menudo –se dice- no es posible. Hay muchas circunstancias, es cierto, pero en esas condiciones la persona está en un estado de vida objetivamente contrario al don de Dios.. La Familiaris Consortio lo dice explícitamente su estado y situación de vida contradicen objetivamente la unión de amor entre Cristo y la Iglesia, significada y actualizada en la Eucaristía» (FC 84). La misericordia de la Iglesia es la de Jesús, la que dice que ha sido desfigurada la dignidad del esposo, el rechazo del don de Dios. La misericordia no dice: «Paciencia, intentemos poner remedio como podamos». Esta es la tolerancia, esencialmente diversa de la misericordia. La tolerancia deja las cosas como están por razones superiores. La misericordia es el poder de Dios, que saca del estado de injusticia.
Uno de los temas más citados por quien desea una apertura de la Iglesia a las personas que se encuentran en situaciones irregulares es decir que la fe es una, pero los modos para aplicarla a las circunstancias particulares se deben amoldar a los tiempos, como ha hecho siempre la Iglesia. ¿Qué piensa usted?
¿Puede limitarse la Iglesia a ir allí donde la lleven los procesos históricos como si fueran derivaciones naturales? ¿En esto consiste anunciar el Evangelio? Yo no lo creo, porque en ese caso me pregunto cómo se hará para salvar al hombre. Le cuento un episodio. Una esposa todavía joven, abandonada por su marido, me dice que vive la castidad pero le cuesta un esfuerzo terrible. Porque, dice, «no soy una monja, sino una mujer normal». Pero me dice que no podría vivir sin la Eucaristía. Y por eso también el peso de la castidad es ligero, porque piensa en la Eucaristía. Otro caso. Una señora con cuatro hijos ha sido abandonada por su marido después de veinte años de matrimonio. La señora me dice que en aquel momento ha entendido que debía amar a su marido en la cruz, «como Jesús ha hecho conmigo». ¿Por qué no se habla de estas maravillas de la gracia de Dios? ¿Estas dos mujeres no se han amoldado a los tiempos? Ciertamente no se han amoldado a los tiempos. Le aseguro que me causa una gran pena comprobar el silencio, en estas semanas de discusión, sobre la grandeza de las esposas y esposos que, abandonados, permanecen fieles. (…)
Cuántos párrocos y obispos podrían contar episodios de fidelidad heroica. Después de un par de años de estar aquí en Bolonia, quise reunir a los divorciados vueltos a casar. Eran más de trescientas parejas. Hemos estado juntos toda una tarde de domingo. Al final, más de uno me dijo que había entendido que la Iglesia es verdaderamente madre cuando impide recibir la eucaristía. No pudiendo recibir la eucaristía, comprenden qué grande es el matrimonio cristiano, y que hermoso es el Evangelio del matrimonio.
Cada vez con más frecuencia se habla de la relación entre el confesor y el penitente, así como de una posible solución para el sufrimiento de quien ha visto fracasar el propio proyecto de vida. ¿Qué piensa sobre esto?
La tradición de la Iglesia ha distinguido siempre –distinguido, no separado– su tarea magisterial del ministerio del confesor. Usando una imagen, podríamos decir que ha distinguido siempre el púlpito del confesionario. Una distinción que no significa doblez, sino que la Iglesia en el púlpito, cuando habla del matrimonio, da testimonio de una verdad que no es ante todo una norma o un ideal. En ese momento interviene con amor el confesor, que dice al penitente: «Lo que has escuchado en el púlpito, es tu verdad, que tiene que ver con tu libertad, herida y frágil». El confesor conduce al penitente en camino hacia la plenitud de su bien. (…) El drama del hombre no radica en pasar de lo universal a lo singular. Radica en la relación entre la verdad de su persona y su libertad. Este es el núcleo del drama del hombre, porque yo con mi libertad puedo negar lo que acabo de afirmar con la razón. Veo el bien y lo apruebo, y luego hago el mal. Este es el drama. El confesor se sitúa dentro de este drama, no en el mecanismo universal-particular. Si lo hiciese inevitablemente caería en la hipocresía y diría: «de acuerdo, esta es la ley universal, pero como tu te encuentras en estas circunstancias, no estás obligado». (…) Hipócritamente, el confesor habría promulgado otra ley, al lado de la predicada en el púlpito. ¡Esto es hipocresía! ¡Qué daño se causa si el confesor no recordase ya a la persona que se encuentra ante él que estamos en camino! Se correría el riesgo, en nombre del Evangelio de la misericordia, de hacer vano el Evangelio de la misericordia. (…) Al final el hombre podría convencerse de que no está enfermo, y que entonces no tiene necesidad de Jesucristo. Uno de mis maestros, gran profesor de derecho canónico, decía que cuando se entra en el confesionario no hay que seguir la doctrina de los teólogos, sino el ejemplo de los santos.
© – FOGLIO QUOTIDIANO. Matteo Mateuzzi (intervista al Cardenal Caffarra en Il Foglio, 15 de marzo de 2014)
El artículo en italiano (completo)
Caffarra – Da Bologna con amore: fermatevi
Il cardinale Caffarra contro Kasper
Intervista che il cardinale Carlo Caffarra, arcivescovo di Bologna e fondatore e primo presidente del pontificio istituto Giovanni Paolo II per studi sul matrimonio e la famiglia, ha pubblicato su “Il Foglio” di sabato 15 marzo.
Perorazione del cardinal Caffarra dopo il concistoro e il rapporto Kasper. Non toccate il matrimonio di Cristo. Non si giudica caso per caso, non si benedice il divorzio. L’ipocrisia non è misericordiosa
di Matteo Matzuzzi, 15 Marzo 2014
Bologna. Due settimane dopo il concistoro sulla famiglia, il cardinale arcivescovo di Bologna, Carlo Caffarra, affronta con il Foglio i temi all’ordine del giorno del Sinodo straordinario del prossimo ottobre e di quello ordinario del 2015: matrimonio, famiglia, dottrina dell’Humanae Vitae, penitenza.
La Familiaris Consortio di Giovanni Paolo II è al centro di un fuoco incrociato. Da una parte si dice che è il fondamento del Vangelo della famiglia, dall’altra che è un testo superato. E’ pensabile un suo aggiornamento?
“Se si parla del gender e del cosiddetto matrimonio omosessuale, è vero che al tempo della Familiaris Consortio non se ne parlava. Ma di tutti gli altri problemi, soprattutto dei divorziati risposati, se ne è parlato lungamente. Di questo sono un testimone diretto, perché ero uno dei consultori del Sinodo del 1980. Dire che la Familiaris Consortio è nata in un contesto storico completamente diverso da quello di oggi, non è vero. Fatta questa precisazione, dico che prima di tutto la Familiaris Consortio ci ha insegnato un metodo con cui si deve affrontare le questioni del matrimonio e della famiglia. Usando questo metodo è giunta a una dottrina che resta un punto di riferimento ineliminabile. Quale metodo? Quando a Gesù fu chiesto a quali condizioni era lecito il divorzio – della liceità come tale non si discuteva a quel tempo –, Gesù non entra nella problematica casuistica da cui nasceva la domanda, ma indica in quale direzione si doveva guardare per capire che cosa è il matrimonio e di conseguenza quale è la verità dell’indissolubilità matrimoniale. Era come se Gesù dicesse: ‘Guardate che voi dovete uscire da questa logica casuistica e guardare in un’altra direzione, quella del ‘Principio’. Cioè: dovete guardare là dove l’uomo e la donna vengono all’esistenza nella verità piena del loro essere uomo e donna chiamati a diventare una sola carne. In una catechesi, Giovanni Paolo II dice: ‘Sorge allora – cioè quando l’uomo è posto per la prima volta di fronte alla donna – la persona umana nella dimensione del dono reciproco la cui espressione (che è l’espressione anche della sua esistenza come persona) è il corpo umano in tutta la verità originaria della sua mascolinità e femminilità’. Questo è il metodo della Familiaris Consortio”.
Qual è il significato più profondo e attuale della Familiaris Consortio?
“Per avere occhi capaci di guardare dentro la luce del ‘Principio’, Familiaris Consortio afferma che la Chiesa ha un soprannaturale senso della fede, il quale ‘non consiste solamente o necessariamente nel consenso dei fedeli. La Chiesa, seguendo Cristo, cerca la verità, che non sempre coincide con l’opinione della maggioranza. Ascolta la coscienza e non il potere. E in questo difende i poveri e i disprezzati. La Chiesa può apprezzare anche la ricerca sociologica e statistica, quando si rivela utile per cogliere il contesto storico. Tale ricerca per sé sola, però, non è da ritenersi espressione del senso della fede’ (FC 5). Ho parlato di verità del matrimonio. Vorrei precisare che questa espressione non denota una norma ideale del matrimonio. Denota ciò che Dio con il suo atto creativo ha inscritto nella persona dell’uomo e della donna. Cristo dice che prima di considerare i casi, bisogna sapere di che cosa stiamo parlando. Non stiamo parlando di una norma che ammette o non eccezioni, di un ideale a cui tendere. Stiamo parlando di ciò che sono il matrimonio e la famiglia. Attraverso questo metodo la Familiaris Consortio, individua che cosa è il matrimonio e la famiglia e quale è il suo genoma – uso l’espressione del sociologo Donati –, che non è un genoma naturale, ma sociale e comunionale. E’ dentro questa prospettiva che l’Esortazione individua il senso più profondo della indissolubilità matrimoniale (cf FC 20). La Familiaris Consortio quindi ha rappresentato uno sviluppo dottrinale grandioso, reso possibile anche dal ciclo di catechesi di Giovanni Paolo II sull’amore umano. Nella prima di queste catechesi, il 3 settembre 1979, Giovanni Paolo II dice che intende accompagnare come da lontano i lavori preparatori del Sinodo che si sarebbe tenuto l’anno successivo. Non l’ha fatto affrontando direttamente temi dell’assise sinodale, ma dirigendo l’attenzione alle radici profonde. E’ come se avesse detto, ‘Io Giovanni Paolo II voglio aiutare i padri sinodali. Come li aiuto? Portandoli alla radice delle questioni’. E’ da questo ritorno alle radici che nasce la grande dottrina sul matrimonio e la famiglia data alla Chiesa dalla Familiaris Consortio. E non ha ignorato i problemi concreti. Ha parlato anche del divorzio, delle libere convivenze, del problema dell’ammissione dei divorziati risposati all’eucaristia. L’immagine quindi di una Familiaris Consortio che appartiene al passato; che non ha più nulla da dire al presente, è caricaturale. Oppure è una considerazione fatta da persone che non l’hanno letta”.
Molte conferenze episcopali hanno sottolineato che dalle risposte ai questionari in preparazione dei prossimi due Sinodi, emerge che la dottrina della Humanae Vitae crea ormai solo confusione. E’ così, o è stato un testo profetico?
“Il 28 giugno 1978, poco più di un mese prima di morire, Paolo VI diceva: ‘Della Humanae Vitae, ringrazierete Dio e me’. Dopo ormai quarantasei anni, vediamo sinteticamente cosa è accaduto all’istituto matrimoniale e ci renderemo conto di come è stato profetico quel documento. Negando la connessione inscindibile tra la sessualità coniugale e la procreazione, cioè negando l’insegnamento della Humanae Vitae, si è aperta la strada alla reciproca sconnessione fra la procreazione e la sessualità coniugale: from sex without babies to babies without sex. Si è andata oscurandosi progressivamente la fondazione della procreazione umana sul terreno dell’amore coniugale, e si è gradualmente costruita l’ideologia che chiunque può avere un figlio. Il single uomo o donna, l’omosessuale, magari surrogando la maternità. Quindi coerentemente si è passati dall’idea del figlio atteso come un dono al figlio programmato come un diritto: si dice che esiste il diritto ad avere un figlio. Si pensi alla recente sentenza del tribunale di Milano che ha affermato il diritto alla genitorialità, come dire il diritto ad avere una persona. Questo è incredibile. Io ho il diritto ad avere delle cose, non le persone. Si è andati progressivamente costruendo un codice simbolico, sia etico sia giuridico, che relega ormai la famiglia e il matrimonio nella pura affettività privata, indifferente agli effetti sulla vita sociale. Non c’è dubbio che quando l’Humanae Vitae è stata pubblicata, l’antropologia che la sosteneva era molto fragile e non era assente un certo biologismo nell’argomentazione. Il magistero di Giovanni Paolo II ha avuto il grande merito di costruire un’antropologia adeguata a base dell’Humanae Vitae. La domanda che bisogna porsi non è se l’Humanae Vitae sia applicabile oggi e in che misura, o se invece è fonte di confusione. A mio giudizio, la vera domanda da fare è un’altra”.
Quale?
“L’Humanae Vitae dice la verità circa il bene insito nella relazione coniugale? Dice la verità circa il bene che è presente nell’unione delle persone dei due coniugi nell’atto sessuale? Infatti, l’essenza delle proposizioni normative della morale e del diritto si trova nella verità del bene che in esse è oggettivata. Se non ci si mette in questa prospettiva, si cade nella casuistica dei farisei. E non se ne esce più, perché ci si infila in un vicolo alla fine del quale si è costretti a scegliere tra la norma morale e la persona. Se si salva l’una, non si salva l’altra. La domanda del pastore è dunque la seguente: come posso guidare i coniugi a vivere il loro amore coniugale nella verità? Il problema non è di verificare se i coniugi si trovano in una situazione che li esime da una norma, ma, qual è il bene del rapporto coniugale. Qual è la sua verità intima. Mi stupisce che qualcuno dica che l’Humanae Vitae crea confusione. Che vuol dire? Ma conoscono la fondazione che dell’Humanae Vitae ha fatto Giovanni Paolo II? Aggiungo una considerazione. Mi meraviglia profondamente il fatto che, in questo dibattito, anche eminentissimi cardinali non tengano in conto le centotrentaquattro catechesi sull’amore umano. Mai nessun Papa aveva parlato tanto di questo. Quel Magistero è disatteso, come se non esistesse. Crea confusione? Ma chi afferma questo è al corrente di quanto si è fatto sul piano scientifico a base di una naturale regolazione dei concepimenti? E’ al corrente di innumerevoli coppie che nel mondo vivono con gioia la verità di Humanae Vitae?”.
Anche il cardinale Kasper sottolinea che ci sono grandi aspettative nella chiesa in vista del Sinodo e che si corre il rischio di “una pessima delusione” se quete fossero disattese. Un rischio concreto, a suo giudizio?
“Non sono un profeta né sono figlio di profeti. Accade un evento mirabile. Quando il pastore non predica opinioni sue o del mondo, ma il Vangelo del matrimonio, le sue parole colpiscono le orecchie degli uditori, ma nel loro cuore entra in azione lo Spirito Santo che lo apre alle parole del pastore. Mi domando poi delle attese di chi stiamo parlando. Una grande rete televisiva statunitense ha compiuto un’inchiesta su comunità cattoliche sparse in tutto il mondo. Essa fotografa una realtà molto diversa dalle risposte al questionario registrate in Germania, Svizzera e Austria. Un solo esempio. Il 75 per cento della maggior parte dei paesi africani è contrario all’ammissione dei divorziati risposati all’eucaristia. Ripeto ancora: di quali attese stiamo parlando? Di quelle dell’ occidente? E’ dunque l’occidente il paradigma fondamentale in base al quale la Chiesa deve annunciare? Siamo ancora a questo punto? Andiamo ad ascoltare un po’ anche i poveri. Sono molto perplesso e pensoso quando si dice che o si va in una certa direzione altrimenti sarebbe stato meglio non fare il Sinodo. Quale direzione? La direzione che, si dice, hanno indicato le comunità mitteleuropee? E perché non la direzione indicata dalle comunità africane?”.
Il cardinale Müller ha detto che è deprecabile che i cattolici non conoscano la dottrina della chiesa e che questa mancanza non può giustificare l’esigenza di adeguare l’insegnamento cattolico allo spirito del tempo. Manca una pastorale familiare?
“E’ mancata. E’ una gravissima responsabilità di noi pastori ridurre tutto ai corsi prematrimoniali. E l’educazione all’affettività degli adolescenti, dei giovani? Quale pastore d’anime parla ancora di castità? Un silenzio pressoché totale, da anni, per quanto mi risulta. Guardiamo all’accompagnamento delle giovani coppie: chiediamoci se abbiamo annunciato veramente il Vangelo del matrimonio, se l’abbiamo annunciato come ha chiesto Gesù. E poi, perché non ci domandiamo perché i giovani non si sposano più? Non è sempre per ragioni economiche, come solitamente si dice. Parlo della situazione dell’occidente. Se si fa un confronto tra i giovani che si sposavano fino a trent’anni fa e oggi, le difficoltà che avevano trenta o quarant’anni fa non erano minori rispetto a oggi. Ma quelli costruivano un progetto, avevano una speranza. Oggi hanno paura e il futuro fa paura; ma se c’è una scelta che esige speranza nel futuro, è la scelta di sposarsi. Sono questi gli interrogativi fondamentali, oggi. Ho l’impressione che se Gesù si presentasse all’improvviso a un convegno di preti, vescovi e cardinali che stanno discutendo di tutti i gravi problemi del matrimonio e della famiglia, e gli chiedessero come fecero i farisei, ‘Maestro, ma il matrimonio è dissolubile o indissolubile? O ci sono dei casi, dopo una debita penitenza, …?’ . Gesù cosa risponderebbe? Penso la stessa risposta data ai farisei: ‘Guardate al ‘Principio’. Il fatto è che ora si vogliono guarire dei sintomi senza affrontare seriamente la malattia. Il Sinodo quindi non potrà evitare di prendere posizione di fronte a questo dilemma: il modo in cui s’è andata evolvendo la morfogenesi del matrimonio e della famiglia è positivo per le persone, per le loro relazioni e per la società, o invece costituisce un decadimento delle persone, delle loro relazioni, che può avere effetti devastanti sull’intera civiltà? Questa domanda il Sinodo non la può evitare. La Chiesa non può considerare che questi fatti (giovani che non si sposano, libere convivenze in aumento esponenziale, introduzione del c.d. matrimonio omosessuale negli ordinamenti giuridici, e altro ancora) siano derive storiche, processi storici di cui essa deve prendere atto e dunque sostanzialmente adeguarsi. No. Giovanni Paolo II scriveva nella ‘Bottega dell’Orefice’ che ‘creare qualcosa che rispecchi l’essere e l’amore assoluto è forse la cosa più straordinaria che esista. Ma si campa senza rendersene conto’. Anche la Chiesa, dunque, deve smettere di farci sentire il respiro dell’eternità dentro all’amore umano? Deus avertat!”.
Si parla della possibilità di riammettere all’eucaristia i divorziati risposati. Una delle soluzioni proposte dal cardinale Kasper ha a che fare con un periodo di penitenza che porti al pieno riaccostamento. E’ una necessità ormai ineludile o è un adeguamento dell’insegnamento cristiano a seconda delle circostanze?
“Chi fa questa ipotesi, almeno finora non ha risposto a una domanda molto semplice: che ne è del primo matrimonio rato e consumato? Se la Chiesa ammette all’eucarestia, deve dare comunque un giudizio di legittimità alla seconda unione. E’ logico. Ma allora – come chiedevo – che ne è del primo matrimonio? Il secondo, si dice, non può essere un vero secondo matrimonio, visto che la bigamia è contro la parola del Signore. E il primo? E’ sciolto? Ma i papi hanno sempre insegnato che la potestà del Papa non arriva a questo: sul matrimonio rato e consumato il Papa non ha nessun potere. La soluzione prospettata porta a pensare che resta il primo matrimonio, ma c’è anche una seconda forma di convivenza che la Chiesa legittima. Quindi, c’è un esercizio della sessualità umana extraconiugale che la Chiesa considera legittima. Ma con questo si nega la colonna portante della dottrina della Chiesa sulla sessualità. A questo punto uno potrebbe domandarsi: e perché non si approvano le libere convivenze? E perché non i rapporti tra gli omosessuali? La domanda di fondo è dunque semplice: che ne è del primo matrimonio? Ma nessuno risponde. Giovanni Paolo II diceva nel 2000 in un’allocuzione alla Rota che ‘emerge con chiarezza che la non estensione della potestà del Romano Pontefice ai matrimoni rati e consumati, è insegnata dal Magistero della chiesa come dottrina da tenersi definitivamente anche se essa non è stata dichiarata in forma solenne mediante atto definitorio’. La formula è tecnica, ‘dottrina da tenersi definitivamente’ vuol dire che su questo non è più ammessa la discussione fra i teologi e il dubbio tra i fedeli”.
Quindi non è questione solo di prassi, ma anche di dottrina?
“Sì, qui si tocca la dottrina. Inevitabilmente. Si può anche dire che non lo si fa, ma lo si fa. Non solo. Si introduce una consuetudine che a lungo andare determina questa idea nel popolo non solo cristiano: non esiste nessun matrimonio assolutamente indissolubile. E questo è certamente contro la volontà del Signore. Non c’è dubbio alcuno su questo”.
Non c’è però il rischio di guardare al sacramento solo come una sorta di barriera disciplinare e non come un mezzo di guarigione?
“E’ vero che la grazia del sacramento è anche sanante, ma bisogna vedere in che senso. La grazia del matrimonio sana perché libera l’uomo e la donna dalla loro incapacità di amarsi per sempre con tutta la pienezza del loro essere. Questa è la medicina del matrimonio: la capacità di amarsi per sempre. Sanare significa questo, non che si fa stare un po’ meglio la persona che in realtà rimane ammalata, cioè costitutivamente ancora incapace di definitività. L’indissolubilità matrimoniale è un dono che viene fatto da Cristo all’uomo e alla donna che si sposano in lui. E’ un dono, non è prima di tutto una norma che viene imposta. Non è un ideale cui devono tendere. E’ un dono e Dio non si pente mai dei suoi doni. Non a caso Gesù, rispondendo ai farisei, fonda la sua risposta rivoluzionaria su un atto divino. ‘Ciò che Dio ha unito’, dice Gesù. E’ Dio che unisce, altrimenti la definitività resterebbe un desiderio che è sì naturale, ma impossibile a realizzarsi. Dio stesso dona compimento. L’uomo può anche decidere di non usare di questa capacità di amare definitivamente e totalmente. La teologia cattolica ha poi concettualizzato questa visione di fede attraverso il concetto di vincolo coniugale. Il matrimonio, il segno sacramentale del matrimonio produce immediatamente tra i coniugi un vincolo che non dipende più dalla loro volontà, perché è un dono che Dio ha fatto loro. Queste cose ai giovani che oggi si sposano non vengono dette. E poi ci meravigliamo se succedono certe cose”.
Un dibattito molto appassionato si è articolato attorno al senso della misericordia. Che valore ha questa parola?
“Prendiamo la pagina di Gesù e dell’adultera. Per la donna trovata in flagrante adulterio, la legge mosaica era chiara: doveva essere lapidata. I farisei infatti chiedono a Gesù cosa ne pensasse, con l’obiettivo di attirarlo dentro la loro prospettiva. Se avesse detto ‘lapidatela’, subito avrebbero detto ‘ecco, lui che predica misericordia, che va a mangiare con i peccatori, quando è il momento dice anche lui di lapidarla’. Se avesse detto ‘non dovete lapidarla’, avrebbero detto ‘ecco a cosa porta la misericordia, a distruggere la legge e ogni vincolo giuridico e morale’. Questa è la tipica prospettiva della morale casuistica, che ti porta inevitabilmente in un vicolo alla fine del quale c’è il dilemma tra la persona e la legge. I farisei tentavano di portare in questo vicolo Gesù. Ma lui esce totalmente da questa prospettiva, e dice che l’adulterio è un grande male che distrugge la verità della persona umana che tradisce. E proprio perché è un grande male, Gesù, per toglierlo, non distrugge la persona che lo ha commesso, ma la guarisce da questo male e raccomanda di non incorrere in questo grande male che è l’adulterio. ‘Neanche io ti condanno, va e non peccare più’. Questa è la misericordia di cui solo il Signore è capace. Questa è la misericordia che la Chiesa, di generazione in generazione, annuncia. La Chiesa deve dire che cosa è male. Ha ricevuto da Gesù il potere di guarire, ma alla stessa condizione. E’ verissimo che il perdono è sempre possibile: lo è per l’assassino, lo è anche per l’adultero. Era già una difficoltà che facevano i fedeli ad Agostino: si perdona l’omicidio , ma nonostante ciò la vittima non risorge. Perché non perdonare il divorzio, questo stato di vita, il nuovo matrimonio, anche se una ‘reviviscenza’ del primo non è più possibile? La cosa è completamente diversa. Nell’omicidio si perdona una persona che ha odiato un’altra persona, e si chiede il pentimento su questo. La Chiesa in fondo si addolora non perché una vita fisica è terminata, bensì perché nel cuore dell’uomo c’è stato un tale odio da indurre perfino a sopprimere la vita fisica di una persona. Questo è il male, dice la Chiesa. Ti devi pentire di questo e ti perdonerò. Nel caso del divorziato risposato, la Chiesa dice: ‘Questo è il male: il rifiuto del dono di Dio, la volontà di spezzare il vincolo messo in atto dal Signore stesso’. La Chiesa perdona, ma a condizione che ci sia il pentimento. Ma il pentimento in questo caso significa tornare al primo matrimonio. Non è serio dire: sono pentito ma resto nello stesso stato che costituisce la rottura del vincolo, della quale mi pento. Spesso – si dice – non è possibile. Ci sono tante circostanze, certo, ma allora in queste condizioni quella persona è in uno stato di vita oggettivamente contrario al dono di Dio. La Familiaris Consortio lo dice esplicitamente. La ragione per cui la Chiesa non ammette i divorziati risposati all’eucaristia non è perché la Chiesa presuma che tutti coloro che vivono in queste condizioni siano in peccato mortale. La condizione soggettiva di queste persone la conosce il Signore, che guarda nella profondità del cuore. Lo dice anche San Paolo, ‘non vogliate giudicare prima del tempo’. Ma perché – ed è scritto sempre nella Familiaris Consortio – ‘il loro stato e la loro condizione di vita contraddicono oggettivamente a quella unione di amore fra Cristo e la Chiesa significata e attuata dall’eucaristia’ (FC 84). La misericordia della Chiesa è quella di Gesù, quella che dice che è stata deturpata la dignità di sposo, il rifiuto del dono di Dio. La misericordia non dice: ‘Pazienza, vediamo di rimediare come possiamo’. Questa è la tolleranza essenzialmente diversa dalla misericordia. La tolleranza lascia le cose come sono per ragioni superiori. La misericordia è la potenza di Dio che toglie dallo stato di ingiustizia”.
Non si tratta di accomodamento, dunque.
“Non è un accomodamento, sarebbe indegno del Signore una cosa del genere. Per fare gli accomodamenti bastano gli uomini. Qui si tratta di rigenerare una persona umana, e di questo è capace solo Dio e in suo nome la Chiesa. San Tommaso dice che la giustificazione di un peccatore è un’opera più grande che la creazione dell’universo. Quando viene giustificato un peccatore, accade qualcosa che è più grande di tutto l’universo. Un atto che magari avviene in un confessionale, attraverso un sacerdote umile, povero. Ma lì si compie un atto più grande della creazione del mondo. Non dobbiamo ridurre la misericordia ad accomodamenti, o confonderla con la tolleranza. Questo è ingiusto verso l’opera del Signore”.
Uno degli assunti più citati da chi auspica un’apertura della chiesa alle persone che vivono in situazioni considerate irregolari è che la fede è una ma i modi per applicarla alle circostanze particolari devono essere adeguati ai tempi, come la chiesa ha sempre fatto. Lei che ne pensa?
“La Chiesa può limitarsi ad andare là dove la portano i processi storici come fossero derive naturali? Consiste in questo annunciare il Vangelo? Io non lo credo, perché altrimenti mi chiedo come si faccia a salvare l’uomo. Le racconto un episodio. Una sposa ancora giovane, abbandonata dal marito, mi ha detto che vive nella castità ma fa una fatica terribile. Perché, dice, ‘non sono una suora, ma una donna normale’. Ma mi ha detto che non potrebbe vivere senza eucaristia. E quindi anche il peso della castità diventa leggero, perché pensa all’eucaristia. Un altro caso. Una signora con quattro figli è stata abbandonata dal marito dopo più di vent’anni di matrimonio. La signora mi dice che in quel momento ha capito che doveva amare il marito nella croce, ‘come Gesù ha fatto con me’. Perché non si parla di queste meraviglie della grazia di Dio? Queste due donne non si sono adeguate ai tempi? Certo che non si sono adeguate ai tempi. Resto, le assicuro, molto male nel prendere atto del silenzio, in queste settimane di discussione, sulla grandezza di spose e sposi che, abbandonati, restano fedeli. Ha ragione il professor Grygiel quando scrive che a Gesù non interessa molto cosa pensa la gente di lui. Interessa cosa pensano i suoi apostoli. Quanti parroci e vescovi potrebbero testimoniare episodi di fedeltà eroica. Dopo un paio d’anni che ero qui a Bologna, ho voluto incontrare i divorziati risposati. Erano più di trecento coppie. Siamo stati assieme un’intera domenica pomeriggio. Alla fine, più d’uno m’ha detto di aver capito che la Chiesa è veramente madre quando impedisce di ricevere l’eucaristia. Non potendo ricevere l’eucaristia, comprendono quanto sia grande il matrimonio cristiano, e bello il Vangelo del matrimonio”.
Sempre più spesso viene sollevato il tema del rapporto tra il confessore e il penitente, anche come possibile soluzione per venire incontro alla sofferenza di chi ha visto fallire il proprio progetto di vita. Qual è il suo pensiero?
“La tradizione della Chiesa ha sempre distinto – distinto, non separato – il suo compito magisteriale dal ministero del confessore. Usando un’immagine, potremmo dire che ha sempre distinto il pulpito dal confessionale. Una distinzione che non vuol significare una doppiezza, bensì che la Chiesa dal pulpito, quando parla del matrimonio, testimonia una verità che non è prima di tutto una norma, un ideale verso cui tendere. A questo momento entra con amorevolezza il confessore, che dice al penitente: ‘Quanto hai sentito dal pulpito, è la tua verità, la quale ha a che fare con la tua libertà, ferita e fragile’. Il confessore conduce il penitente in cammino verso la pienezza del suo bene. Non è che il rapporto tra il pulpito e il confessionale sia il rapporto tra l’universale e il particolare. Questo lo pensano i casuisti, soprattutto nel Seicento. Davanti al dramma dell’uomo, il compito del confessore non è di far ricorso alla logica che sa passare dall’universale al singolare. Il dramma dell’uomo non dimora nel passaggio dall’universale al singolare. Dimora nel rapporto tra la verità della sua persona e la sua libertà. Questo è il cuore del dramma umano, perché io con la mia libertà posso negare ciò che ho appena affermato con la mia ragione. Vedo il bene e lo approvo, e poi faccio il male. Il dramma è questo. Il confessore si pone dentro questo dramma, non al meccanismo universale–particolare. Se lo facesse inevitabilmente cadrebbe nell’ipocrisia e sarebbe portato a dire ‘va bene, questa è la legge universale, però siccome tu ti trovi in queste circostanze, non sei obbligato’. Inevitabilmente, si elaborerebbe una fattispecie ricorrendo la quale, la legge diventa eccepibile. Ipocritamente, dunque, il confessore avrebbe già promulgato un’altra legge accanto a quella predicata dal pulpito. Questa è ipocrisia! Guai se il confessore non ricordasse mai alla persona che si trova davanti che siamo in cammino. Si rischierebbe, in nome del Vangelo della misericordia, di vanificare il Vangelo dalla misericordia. Su questo punto Pascal ha visto giusto nelle sue Provinciali, per altri versi profondamente ingiuste. Alla fine l’uomo potrebbe convincersi che non è ammalato, e quindi non è bisognoso di Gesù Cristo. Uno dei miei maestri, il servo di Dio padre Cappello, grande professore di diritto canonico, diceva che quando si entra in confessionale non bisogna seguire la dottrina dei teologi, ma l’esempio dei santi”.