NOTA DEL BLOG: Nuestro querido amigo, el P. Horacio Bojorge nos ha acercado este interesante aporte en que analiza la expresión de Nuestro Señor: “Porque os digo que, si vuestra justicia [la filial] no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos” (Mateo 5, 20)”. El P. Bojorge, jesuita, ha publicado este artículo en su blog: http://tomaylee-sagradasescrituras.blogspot.com.ar. Considero que el mismo puede encuadrarse como una respuesta a los dos trabajos del biblista Guido Innocenzo Gargano que ha propuesto una exégesis desconcertante de la expresión de Jesús “No he venido a abolir la ley sino a darle cumplimiento” (Mt 5,17) sosteniendo la coexistencia actual de dos leyes, la de Cristo y la de los duros de corazón, a la que pueden acogerse quienes no se sientan capaces de vivir la primera. El P. Bojorge muestra como al hombre llamado a la filiación sólo le cuadra un nuevo modo de justicia, la justicia de los hijos de Dios (P. Miguel Ángel Fuentes)
Pregunta: — ¿PUEDEN LOS DIVORCIADOS Y VUELTOS A CASAR SENTARSE A LA MESA DE LOS HIJOS?
Respuesta: — ¡PUEDEN EXPRESAR SU OBEDIENCIA FILIAL PRECISAMENTE ABSTENIÉNDOSE DE LA COMUNIÓN! Y ASÍ PONERSE ANTE EL PADRE RECONOCIBLES COMO HIJOS VERDADEROS.
Horacio Bojorge S.J. (Montevideo)
Para dar esta respuesta a aquella pregunta es necesario aclarar los presupuestos bíblicos desde donde se puede decidir sobre esta cuestión. Como dice el exegeta jesuita Juan de Maldonado (1533-1583): “No sería menester explicación a no ser por la acalorada disputa que algunos traen sobre ella. Porque la diversidad de explicaciones hace inabordable el texto bíblico cuyo sentido es patente de suyo” (p. 61). Y también amonesta: “Nada tan impropio e indigno de la majestad de las Sagradas Escrituras como el imprudente abuso del ingenio en su exposición” (p. 62). Y también “No puedo disimular el enojo que me causan estas sutilezas agudísimas, curiosas y temerarias en el interpretar la Sagrada Escritura y quisiera contagiar a mi lector con mi enojo. Nada más peligroso que condescender con la petulancia del ingenio” (p. 91). [Juan de Maldonado Comentarios al Evangelio de San Juan, Citas según la edición Biblioteca de Autores Católicos, Madrid 1954]
La pregunta no es, como al parecer en muchos casos se está planteando, acerca de la opinión de unos hombres acerca de otros hombres, sino de la opinión de Dios Padre mismo acerca de la situación de estos bautizados y de si pueden acceder a comulgar en la santa misa.
En la discusión se echan de menos ciertos fundamentos comunes en la interpretación bíblica, sin los cuales los mismos textos pueden ser estirados en un sentido u otro mediante ingeniosas explicaciones, alejándose del sentido obvio desde siempre para la Iglesia. Explicaciones que en ciertos casos se vuelven contra el sentido general de la revelación bíblica tal como la ha entendido durante dos milenios la tradición y explicado el magisterio y han entendido y vivido los santos pastores y fieles.
Por eso parece fundamental partir de la teología bíblica de la justicia y de quién es justo a los ojos de Dios. Por lo que me atrevo a ofrecer este aporte como marco de referencia o eje de coordenadas para ubicar la cuestión.
LA JUSTICIA FILIAL Y EL REINO DE LOS CIELOS
1) “Porque os digo que, si vuestra justicia [la filial] no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos” (Mateo 5, 20).
Este texto muestra una relación entre la justicia filial y el Reino de los Cielos. ¿Qué tipo de relación es? Se trata de una misma realidad con dos nombres según se la considere desde distintos aspectos. Ambas expresiones se refieren a la misma realidad: “la condición filial”: el Reino se refiere al ser hijo (esse), la Justicia al obrar es decir vivir como hijos (agere).
Jesucristo ha dicho antes “no he venido a abolir sino a dar cumplimiento”; ahora explica que viene a dar cumplimiento a la ley y los profetas ¿cómo? yendo más allá y excediéndolos. Es decir enseñando el camino de una justicia mayor, claramente excedentaria de la anterior. Por eso siguen seis “habéis oído que se dijo… pero YO os digo”.
Pero ¿qué se entiende por ser justo y por justicia?
Justicia
2) En las Sagradas Escrituras se le dice justo [tsadik, dikaios] al hombre grato a Dios.
Quién le es grato lo dice Dios. No lo dice, menos aún lo decide, el hombre. Es Dios quien encuentra y declara justo al justo. No se trata, por lo tanto, de lo que puedan juzgar u opinar los hombres acerca de alguien, menos aún de lo que el hombre pueda juzgar acerca de sí mismo, sino de cómo lo considera Dios.
Para que sepamos lo que Dios considera grato a sus ojos y en quién se complace y considera justo es necesaria una revelación del Señor. Sólo el Hijo nos pudo revelar quién es grato al Padre por vivir como el Hijo, por vivir como hijo.
3) San Pablo afirma “A mí lo que menos me importa es ser juzgado por vosotros o por un tribunal humano. ¡Ni siquiera me juzgo a mí mismo! Es cierto que mi conciencia nada me reprocha; mas no por eso quedo justificado (dedikaiomai). Mi juez es el Señor” (1ª Cor 4,3-4).
4) El hombre vive, pues, ante el juicio de Dios. Él es su creador y sólo Él es quien puede decir si vive como creatura según las diversas manifestaciones y revelaciones de su voluntad en las diversas alianzas.
Una es la justicia [tsedakáh, dikaiosyne] de Adán y su Mujer en el Paraíso. Otra la justicia pre-diluviana de Noé. Otra la justicia de Abraham. Otra la de Moisés. Una la justicia de los escribas y fariseos, otra la justicia filial proclamada por Jesucristo. De modo que – ¡nótese bien! – el término ‘justicia’ no es unívoco en los distintos casos. En cada caso el hombre resulta grato a Dios por un motivo y una situación histórica diversa. Y en cada dispensación de Alianza, Antigua o Nueva, hay una revelación acerca de quién resulta grato a los ojos de Dios, según su corazón y sus obras.
5) De Revelación en Revelación, de Alianza en Alianza, de dispensación en dispensación y de ley en ley, se progresa hasta llegar a la justicia filial: “De una manera fragmentaria y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio de su Hijo, a quien instituyó heredero de todo, por quien también hizo todos los mundos” (Hebreos, 1,1-2). Al avance en la manifestación de Dios y su voluntad corresponde un avance en la justicia de los que le son gratos, hasta culminar en la justicia del Hijo, que es reflejo fiel de la justicia divina.
De modo que al banquete de la Nueva Alianza corresponde una justicia de la Nueva Alianza como condición para participar en él.
Carácter concreto y personal de la justicia bíblica
6) En los textos bíblicos, el concepto de justicia es, pues, derivado de la contemplación de los arquetipos de hombres justos concretos. Lo principal es el ejemplo de los justos. Para los autores inspirados, es más importante el ejemplo concreto, el arquetipo, que la idea abstracta. Por eso, la Sagrada Escritura nos brinda una galería de hombres que Dios ha hallado y declarado justos, desde Abel hasta Cristo. La reflexión sapiencial, sin despegarse de los arquetipos concretos que le ofrecen el Pentateuco y los libros históricos y proféticos, reflexionará sobre la justicia de los justos.
Justicia: escucha, obediencia
7) La justicia bíblica es por lo tanto, en el hombre justo concreto y arquetípico, la capacidad para abrirse a la revelación divina que ocurre por la Palabra y comportarse religiosamente ante Dios, de manera que le sea grato. Cuando Dios habla, el hombre es invitado a escuchar la Palabra con fe y a actuar en consecuencia. “El justo vive en su fe” dice Habacuc (2,4 retomado por Hebreos 10, 38 y Gálatas 3, 11: “El justo vive de fe”).
Pablo expresa en otro lugar esta íntima relación entre fe y vida-obediente que hace justos a los hijos: “Porque en él [en el evangelio] se revela la justicia de Dios de fe en fe” (Romanos 1, 17)
8) De ahí las invitaciones a escuchar que son sinónimas de invitaciones a obedecer: Abraham creyó y su fe le fue reputada por justicia (Génesis 15, 6); después, Abraham obedeció cuando se dispuso a sacrificar a su hijo (Génesis 22,12).
9) El pueblo de Dios es invitado a escuchar y obedecer cumpliendo el decálogo: “Escucha Israel” (Deut. 6, 4).10) Es justo, para Dios, el hombre que escucha la palabra de Dios y la cumple. Como le dice Jesús a la mujer que proclamaba dichosos “el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron”: “Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la guardan” (Lucas 11, 28). Enderezando la alabanza de la mujer, Jesús proclama bienaventurada, justa, a su madre, por haber escuchado, guardado en su Corazón y cumplido la Palabra que se le dirigió.
La palabra de Jesús es la palabra del Padre: Él mismo es el Verbo del Padre
11) En el Nuevo Testamento, o nueva Alianza, o Alianza filial por ser sellada en la sangre del Hijo Único, Dios habla por medio de su Hijo – su Verbo hecho hombre – y somos invitados a escucharlo, creerle y vivir según sus enseñanzas: “Este es mi hijo amado, escuchadlo” (Marcos 9,7 y paralelos).
12) Escuchar la Palabra de Dios y obedecerle poniéndola en práctica, es, según Jesús, la forma de entrar en parentesco con él, haciéndose hijo con el Hijo: “Quien cumpla la voluntad de Dios [mi Padre], ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Marcos 3, 35; ver Mateo 12, 50; Lucas 8, 21).
13) Jesús habla solamente lo que le oye decir al Padre: “El [Padre] que me ha enviado es veraz y lo que oigo de Él es lo que hablo al mundo” (Juan 8, 26). “Yo no he hablado por mi cuenta, sino que el Padre que me ha enviado me ha mandado lo que tengo que decir y hablar” (Juan 12, 49)
14) Por lo tanto exige que sus palabras sean escuchadas y cumplidas como Palabras del Padre: “Todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca… el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica es como el hombre insensato” (Mateo 7, 24-26)
Él es nuestra justicia
15) A partir de Jesucristo, la justicia, es decir lo que Dios mismo considera grato consiste en escuchar al Hijo que nos comunica la voluntad de Dios como Padre amoroso y nos enseña, yendo adelante con su ejemplo, a obedecerle gozosamente como hijos amorosos.
16) En esto consiste la justicia filial, a la que Jesús se refiere como “vuestra” justicia cuando habla a sus discípulos.
17) La nueva justicia filial está personificada en Jesucristo: perfecto arquetipo filial. Así lo dice Pablo: “De él [de Dios Padre] os viene que estéis en Cristo Jesús, al cual hizo Dios [Padre] para vosotros sabiduría, justicia, santificación y redención, a fin de que, como dice la Escritura: El que se gloríe se gloríe en el Señor” (1ª Cor. 1, 30-31).
18) Por eso los Apóstoles pueden referirse a Jesucristo como el Justo: “vosotros rechazasteis al Santo y al Justo” (Hechos 3, 14)
VUESTRA JUSTICIA
19) Hemos llegado así a la plenitud de la revelación de la voluntad de Dios y a la perfecta justicia. La de su Hijo Jesucristo. “Y hubo una voz del cielo: ‘Tú eres mi hijo amado en ti me complazco’ (Marcos 1, 11). “Y vino una voz desde la nube: ‘Este es mi hijo amado, en quien me complazco: escuchadlo” (Marcos 9, 7). “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lucas 23, 46)
20) Pablo enseña que el beneplácito de Dios, o sea la voluntad de Dios, lo que agrada a Dios Padre de Jesucristo, se ha revelado por Nuestro Señor Jesucristo y que ha elegido a los creyentes desde antes de la creación del mundo, con un designio eterno: “eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad” (Efesios 1, 5).
Hijos agradables al Padre: La justicia filial
21) Todo el Sermón de la Montaña (Mateo 5-7) puede considerarse como una amplia descripción de cómo es y en qué consiste la vida filial, por lo tanto, la justicia filial. Lo que es grato al Padre, para considerar que alguien vive como hijo, conforme al modelo de su Hijo bien amado, en quien Él tiene toda su complacencia.
22) Estamos pues invitados a la justicia filial. Esta es la nueva y definitiva justicia, insuperable e insuperada a los ojos de Dios: ser hijos como el Hijo, hijos en el Hijo: obedientes como el Hijo, glorificadores del Padre como el Hijo, en todo semejantes a Cristo y al Padre: en la perfección de la caridad, en la misericordia, en la santidad.
23) Veamos algunas características de esa justicia filial, que ha de ser la nuestra si es que queremos ser gratos al Padre, viviendo como el Hijo, viviendo como hijos.
24) A esta nueva justicia se ingresa por la re-generación, la palingenesía: “Vosotros, los que me habéis seguido en la regeneración” (Mateo 19, 28). Seguir a Jesús no es simplemente aprender una doctrina, es seguirlo por el camino de la divina regeneración. Su vida humana espeja temporalmente lo que es la generación eterna. Y nos ofrece una participación en esa comunión de vida.
25) Así lo explica Jesús a Nicodemo: “Jesús le respondió: En verdad, en verdad te digo, el que no nazca de nuevo y de lo alto, no puede ver el Reino de Dios”… “el que no nazca del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios” (Juan 3, 3.5). Como se ve, para Juan el Reino de Dios es también equivalente a la condición filial. Del ser se sigue el obrar, y el obrar manifiesta al ser.
Por eso la admisión a la comunión eucarística exige un actuar, una biografía determinada.
26) Hemos dicho que ésta es la justicia a la que Jesús designa, hablando a sus discípulos, de vuestra justicia: “Porque os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos” (Mateo 5, 20) “Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis trato de hijos [misthós: la recompensa es el mismo trato de hijos] de vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 6, 1).
27) Esta justicia es motivo, es cierto, para que unos los persigan, como anuncia la octava bienaventuranza (Mateo 5, 11), pero también es motivo para que otros, viendo “vuestras buenas obras”, es decir, las obras filiales, las que el Padre les da a hacer, glorifiquen a vuestro Padre (Mateo 5, 16). La justicia filial y aún la gloria filial, tienen por fin glorificar al Padre: Toda lengua proclame que Jesús es Señor, para gloria de Dios Padre” (Filip. 2, 11).
Justicia filial y bienaventuranza.
Pareciera que la discusión sobre la admisión a la comunión de los divorciados y vueltos a casar, agitara un asunto de la gloria humana de ellos ante los hombres y no de la gloria del Padre.
28) Las bienaventuranzas son un retrato del Hijo, y de sus discípulos, porque éstos aprenden del Hijo a vivir como Hijos. Son por lo tanto, en alguna medida, el retrato hablado de la justicia filial.
29) La primera y la octava bienaventuranza, de manera particular, proclaman que, quienes las viven ya están la posesión del Reino, es decir, ya son hijos, porque viven la justicia filial, y porque son, por eso mismo, considerados justos por el Padre: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Mateo 5, 3); “Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia la filial) porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Mateo 5, 10). De ellos es, en presente, el Reino de los Cielos.
Justicia filial y pobreza de espíritu
30) Ellos son pobres de espíritu, porque, recibiéndose gratuitamente del Padre por generación continua y eterna, no son dueños de sí mismos, todo lo reciben del Padre y lo reconocen como recibido, no considerándose dueños de nada, sino reconociendo el dominio del Padre: “¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿a qué gloriarte como si no lo hubieras recibido?” (1ª Cor 4,7). Quien puede gloriarse y debe ser glorificado es el Padre, y tú le has de dar la gloria a Él de quien todo lo recibes, pues te engendra y da la vida, te inspira obras y palabras y en todo te precede con su gracia.
31) De ahí que los hijos viven teniéndolo todo, pero no poseyendo nada (2ª Cor 6, 10). Todo es suyo, menos ellos mismos, porque son de Cristo y Cristo tampoco se pertenece a sí mismo, porque es de Dios (1ª Cor 3, 21-23). No hay motivo de gloria propia.
Persecución por causa de la justicia filial
32) Jesús y sus discípulos son perseguidos por causa de la justicia filial. La están viviendo ya y están sufriendo la persecución que ella acarrea. Por tanto son justos ya, a los ojos del Padre.
La octava Bienaventuranza anuda en sí, la persecución, el Reino y la justicia filial.
De los que son como ellos, dice Jesús: “Vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis tribulaciones” (Lucas 22, 38). “Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros; (Juan 15, 20).
33) Esta Bienaventuranza, como se ve, anuda en sí la justicia filial, la persecución y el Reino. Como dirán los apóstoles: “Es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios.” (Hechos 14, 22).
La nueva justicia filial supera la antigua y la lleva a su cumplimiento ¡excediéndola!
34) Jesús mismo distingue la justicia filial de otras formas anteriores de justicia que él viene a superar llevándolas a su cumplimiento o perfección: “Porque os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos” (Mateo 5, 20).
35) Esta superación de una justicia por otra consistirá en la participación en la perfección de la Caridad del Padre. Esta es la medida de la nueva justicia: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial” (Mateo 5, 48). Pero la excedentariedad de la justicia filial la diferencia de todas las anteriores y no permite equipararlas como si fueran ambas compatibles con la novedad de la justicia filial. Si la nueva justicia no excede a la anterior, no introduce en el Reino, no introduce en la dimensión filial.
36) Todo el pasaje entre los versículos 5, 20 a 48 repite una y otra vez el contraste entre una justicia y otra dando ejemplos de cómo la justicia filial debe superar a la de los escribas y fariseos: Habéis oído que se dijo… pero yo os digo (Mateo 5, 21-22. 27-28. 31-32. 33-34. 38-39 43-44).
37) Parece que el común denominador de todos estos hechos que Jesús enumera, es que la nueva justicia consiste en renunciar a lo que se opone a la perfección de la caridad, al amor perfecto: la ira, la contumelia, la lujuria, el divorcio, el juramento falso, la mentira, la violencia aún en defensa propia, el rencor o la ira contra los enemigos. La nueva justicia se realiza en los hijos por una más radical renuncia [las renuncias bautismales] a todo lo que se opone al amor perfecto, en vistas a la divina regeneración y filialización. Esto los hace gratos, justos, a los ojos del Padre.
La justicia filial: vivir de cara al Padre como el Tú principal y recibirse de Él
38) “Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa [misthós = trato de hijos] de vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 6, 1). En la sección que encabeza esta advertencia solícita del Hermano mayor, la justicia filial se manifiesta en que el Tú principal para el discípulo, ha de ser el Padre. Esto lo libera al justo cristiano de la esclavitud de la opinión humana (la gloria que dan los hombres). Ya lo vimos en Pablo 1ª Cor 4, 4)
39) Limosna, oración y ayuno son un trípode religioso y de la piedad que conocen también el Islam y el Judaísmo. Lo característico del cristiano es que realizando estas obras de piedad y religión de cara al Padre y en lo secreto, es filializado, engendrado en ellas.
40) A quien practique estas cosas de cara al Padre y en lo secreto, el Padre “le dará de Sí” (apodósei). Prefiero traducir así este verbo que muchas versiones traducen premiará o recompensará. Casi todas las versiones corrientes hacen pensar en algo ajeno a la condición filial misma. El verbo apodósei, “dar de, o desde” me sugiere que lo que da el Padre, es de Sí mismo, la vida, la perfección de la caridad, la misericordia, la santidad, la conciencia filial misma. Ningún otro premio ni recompensa [misthós = trato de hijo] que el mismo vínculo filial paterno y la misma vida divina infundida y transformante de: 1) la acción misericordiosa (eleemosyne) 2) de la intimidad filial expresada en la oración (filial: el Padre nuestro) y 3) del dominio de las pasiones (ayuno y renuncias bautismales).
Conclusiones
La esencia de la identidad filial está en la sujeción de la voluntad propia al beneplácito del Padre. Los que llevan vida de hijos son los que sujetan su vida a esa voluntad expresada en los mandamientos y las enseñanzas del Hijo. Hay bautizados que a consecuencia de los tiempos de su ignorancia o rebeldía, son actualmente rehenes de decisiones irreversibles y están en una situación contraria a la voluntad del Padre. Las culpas pasadas los han dejado sujetos a penas entre las cuales se cuenta el no acercarse a comulgar. Ellos, sin embargo, pueden manifestar su deseo de sujetarse a la voluntad del Padre precisamente en eso que pueden hacer: abstenerse de comulgar.
Unos hijos expresan su fidelidad y obediencia comulgando. Los otros pueden expresar su obediencia filial, absteniéndose de comulgar para complacer y glorificar al Padre en sus vidas y vivir como hijos en la aceptación voluntaria, ¿y por qué no? gozosa de esa pena.
Acude a mi pensamiento el pasaje de 1º Reyes, 3, 16-28, que narra el juicio de Salomón en el caso de las dos prostitutas que reclamaban un niño. Es la madre la que renuncia a tener el niño para que el niño viva.
Creo que Salomón reconocería al verdadero hijo en aquél que renuncia a sentarse a la mesa y a comulgar por amor al Padre y a sus demás hermanos, porque se reconoce excluido debido a su estado de vida actual en el que vive como rehén de decisiones pasadas.
Es verdadero hijo el que en semejante situación, pone por encima de la comunión litúrgica, el vínculo del hijo arrepentido ante su Padre y se excluye a sí mismo por consideración al Padre y a sus demás hermanos. En esa postergación de su propia voluntad a la del Padre, este tal se configura con el Hijo en el Huerto. ¡Amor filial quiere el Padre y no comuniones! En cambio, el que reclama para sí la gloria pública de la comunión, sin respetar el criterio, la voluntad ni la gloria del Padre y la de comportarse como hijo ante el Padre… ¿está en comunión de actitud con el Hijo y puede, sin incurrir en hipocresía, “comulgar”, es decir ser semejante a Él?