Castidad y matrimonio (P. Miguel Ángel Fuentes, ive)

el-matrimonio-romanoLas personas casadas tienen un régimen especial de castidad que consiste en realizar sus actos matrimoniales con amor y abiertos a la vida. El amor de los esposos, si es verdadero, es fecundo, pues a eso tiende por naturaleza. Por eso la Iglesia enseña que todo “acto matrimonial, en sí mismo, debe quedar abierto a la transmisión de la vida” (Pablo VI, Humanae vitae, 11). Dios ha puesto una inseparable conexión entre los dos significados o aspectos del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreativo (Ibid., n. 12). Esto quiere decir que en todo acto sexual, por naturaleza, se dan dos dimensiones: el acto une a los esposos íntimamente (física, afectiva y espiritualmente) y al mismo tiempo es potencialmente fecundo (no siempre un acto sexual produce una concepción de un hijo, pues esto depende de otros factores, pero siempre, si se respeta la naturaleza, los esposos ponen las condiciones, en lo que está de su parte, para que se dé una concepción humana). El hombre no tiene derecho a romper por propia iniciativa ese vínculo entre esas dos dimensiones. No se puede querer uno destruyendo el otro (ya sea la unión sexual volviendo al mismo tiempo infecundo el acto, como sucede con la anticoncepción; o la procreación sin conexión con la unión sexual, como ocurre en la fecundación extracorporal o in vitro) (Cf. Miguel A. Fuentes, La ‘Humanae vitae’ de Pablo VI. Esencia de un documento profético, en Rev. Diálogo 21 (1998), 101-117).

Esta realidad de los dos “significados” implicados en el acto sexual no es fácil de comprender para todos. Es una verdad grabada en la naturaleza misma del acto conyugal, pero que exige una mirada intelectual para comprender su sentido profundo. Toca el misterio del lenguaje corporal, que ocupa un elevado porcentaje de nuestras comunicaciones humanas (los gestos). El acto sexual es, por su naturaleza, una palabra física, con la que dos personas expresan sus afectos y su más íntima voluntad. Una “palabra” que tiene un doble significado que todo hombre y toda mujer ya encuentran acuñado en ese gesto, al igual que un abrazo es signo de amistad o de consuelo, un beso es signo de benevolencia y saludo, un puño alzado y una mirada crispada son signo de amenaza y venganza, etc. No somos dueños de estas “palabras naturales”; sólo tenemos dominio (y poder de cambiar) sobre los signos convencionales (como los colores con los que indicamos el peligro o la seguridad; o advertimos que nuestro perro muerde o que un alambre tiene electricidad).

El acto sexual quiere decir y dice, por naturaleza: “te doy todo lo que soy y recibo todo lo que eres, ya no somos dos sino una sola carne y un solo corazón”. Rúbrica de este profundo significado es que la naturaleza, por el mismo apasionamiento que acompaña el instinto sexual, prevé una psicología de “fundición”: quienes se unen, en el momento en que lo están haciendo, quisieran disolverse física y psíquicamente uno en el otro. El acto, por naturaleza (no por libre convención humana) tiende a perpetuarse (y psicológicamente la persona querría que ese momento se detuviera inmortalizando la mutua inhesión). Las poesías amatorias están plagadas de frases que dicen de diversos modos una misma verdad: “quisiera que este momento fuera eterno”. Esto lo realiza la entrega del uno al otro a través de la capacidad procreadora. Como escribía un poeta a su esposa:

 “…sueña la melodía, la gracia de la sangre

que fue de mí a tu vida, al hallazgo del hijo”.

El egoísmo, muchas veces, abusa de esta palabra y le roba uno de sus indisolubles significados. Pero al hacerlo, el lenguaje humano se torna caprichoso y mentiroso. Judas besó a Cristo en el Huerto, pero el traidor no cambió (no podía) el significado del beso; por eso traicionó doblemente: a Cristo, entregándolo a sus enemigos; al beso, falsificando el gesto de amor.

De todos modos, los esposos pueden, en algunos casos, abstenerse durante los períodos de fertilidad de la mujer (cuando haya motivos graves que sugieran la conveniencia de no poner las condiciones de una nueva concepción) eligiendo para sus actos completos (es decir, la unión sexual plena) los momentos de infertilidad. En esto consisten sustancialmente los llamados métodos naturales para regular la fertilidad. Además, siempre les es lícito expresar su amor por medio de manifestaciones sensuales y sexuales incompletas (es decir, que no terminan en ningún acto pleno u orgasmo). La castidad también les exige encauzar todos sus deseos y pensamientos sólo hacia su legítimo consorte y les prohíbe dar lugar en la imaginación o en las miradas a imágenes que tengan por objeto otra persona que no sea su esposo o esposa (aunque esto sea buscado como medio para realizar luego el acto conyugal con el cónyuge legítimo).

En todo caso, la castidad de los esposos nada tiene de frialdad. Los cónyuges deberían rezar antes de sus relaciones íntimas, pidiendo a Dios la capacidad de darse sin reserva y con pureza, como Tobías antes de unirse a Sara (cf. Tobías 8,5-8). El médico francés René Biot, en uno de sus libros, recuerda una oración que corría en su tiempo, puesta en boca de la esposa, pero que vale para ambos cónyuges, que cito ligeramente retocada:

¡Oh, Dios Creador, que has querido este contacto íntimo del hombre y la mujer, ayúdame a ser a la vez casta y ardiente; casta para complacerte, ardiente para que mi esposo(a) querido(a) reciba de mí todo el amor que Tú le das el derecho de buscar y desear. Y si permites que un niño nazca de nuestra unión, bendícelo, protégelo, que sea para siempre tuyo, útil a las almas y a la Iglesia, fuera cual fuese la vocación a la que lo llamas en este mundo. Ten piedad, Dios mío, de los que se aman así en la carne, sin tener derecho a ello, y dales valor para separarse a fin de obedecer tu ley. Pero a todos los esposos, dales, Dios mío, por la gracia del matrimonio, un mutuo atractivo que facilite su unión para el mayor bien de las familias cristianas” (René Biot, La educación del amor, Desclèe de Brouwer, Buenos Aires 1957, p. 54).

¡La castidad conyugal no es apatía!

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