En la Relación del Sínodo de 2015, se mencionaba como uno de los “desafíos culturales actuales de gran relieve” el de la “ideología de género” “que niega la diferencia y la reciprocidad natural de hombre y mujer”. El documento dice de ella: “Auspicia una sociedad sin diferencias de sexo, y vacía la base antropológica de la familia. Esta ideología induce proyectos educativos y orientaciones legislativas que promueven una identidad personal y una intimidad afectiva radicalmente desvinculadas de la diversidad biológica entre varón y mujer. La identidad humana viene presentada como una opción individualista, incluso mutable en el tiempo” (Relación sinodal, 2015, n. 8).
La Ideología de Género es parte de la interpretación neo-marxista de la historia[1]. Engels escribía en 1884: “El primer antagonismo de clases de la historia coincide con el desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer unidos en matrimonio monógamo, y la primera opresión de una clase por otra, con la del sexo femenino por el masculino”[2].
Y la feminista radical canadiense Shulamith Firestone añadía por su cuenta: “Asegurar la eliminación de las clases sexuales requiere que la clase subyugada (las mujeres) se alce en revolución y se apodere del control de la reproducción; se restaure a la mujer la propiedad sobre sus propios cuerpos, como también el control femenino de la fertilidad humana, incluyendo tanto las nuevas tecnologías como todas las instituciones sociales de nacimiento y cuidado de niños. Y así como la meta final de la revolución socialista era no sólo acabar con el privilegio de la clase económica, sino con la distinción misma entre clases económicas, la meta definitiva de la revolución feminista debe ser igualmente -a diferencia del primer movimiento feminista- no simplemente acabar con el privilegio masculino sino con la distinción de sexos misma: las diferencias genitales entre los seres humanos ya no importarían culturalmente”[3].
Implica una nueva visión del hombre y de la mujer, es decir, de una antropología nueva y diferente de la tradicional. Parte de la destrucción del concepto tradicional de la persona humana y construye uno diverso y antagónico. Nos cambian así la misma concepción que tenemos del ser humano. Con la excusa de buscar la igualdad entre hombre y mujer, se los enfrenta, introduciendo una “confusión deletérea” con gravísimas y nefastas implicaciones sobre la estructura de la familia.
El punto más importante es minimizar la diferencia corpórea, llamada sexo, mientras se subraya al máximo y se considera primaria la dimensión estrictamente cultural, llamada género. De ahí su nombre de ideología de género. Según esta perspectiva antropológica, la naturaleza humana no lleva en sí misma características que se impondrían de manera absoluta: toda persona podría o debería configurarse según sus propios deseos, ya que sería libre de toda predeterminación vinculada a su constitución esencial.
Esta perspectiva tiene múltiples consecuencias. Ante todo, se refuerza la idea de que la liberación de la mujer exige una crítica a las Sagradas Escrituras, que transmitirían una concepción patriarcal de Dios, alimentada por una cultura esencialmente machista. En segundo lugar, tal tendencia consideraría sin importancia e irrelevante el hecho de que el Hijo Dios haya asumido la naturaleza humana en su forma masculina[4].
La meta de esta corriente es, como señala Polaino, “la radicalización de la individualidad isomórfica, homogénea, inventora del propio sexo y reivindicadota de la autonomía radical del sujeto”[5].
La Revolución sexual de los años 60 apuntó a disociar la sexualidad de la reproducción (sexo sin hijos). La Revolución sexual de los años 70, tuvo como objetivo el disociar la afectividad de la sexualidad (sexo sin amor). La Revolución sexual de los años 90, que es la que está en curso actualmente, apunta a disociar el género de la sexualidad[6].
Esta ideología sostiene que los conceptos de “varón” (masculinidad) y “mujer” (feminidad) son construcciones socio-culturales; o sea, roles socialmente construidos e impuestos. Así lo entienden, por ejemplo algunas pensadoras de esta corriente: “Cada niño se asigna a una u otra categoría en base a la forma y tamaño de sus órganos genitales. Una vez hecha esta asignación nos convertimos en lo que la cultura piensa que cada uno es –femenina o masculino–. Aunque muchos crean que el hombre y la mujer son expresión natural de un plano genético, el género es producto de la cultura y el pensamiento humano, una construcción social que crea la verdadera naturaleza de todo individuo”[7].
Por tanto, proponen liberar a las personas de estas imposiciones desconstruyendo estas imposiciones, y dejándolos que ellos se construyan su propia personalidad de género (qué rol quieren tener en la vida al margen del sexo físico que les haya tocado en suerte: rol femenino en cuerpo femenino, masculino con biología masculina, o bien femenino con cuerpo masculino, masculino con cuerpo femenino, bisexual, transexual, etc.).
Dice la feminista radical Judith Butler; “El género es una construcción cultural; por consiguiente no es ni resultado causal del sexo ni tan aparentemente fijo como el sexo. Al teorizar que el género es una construcción radicalmente independiente del sexo, el género mismo viene a ser un artificio libre de ataduras; en consecuencia hombre y masculino podrían significar tanto un cuerpo femenino como uno masculino; mujer y femenino, tanto un cuerpo masculino como uno femenino”. Este párrafo es parte de uno de los textos que se viene utilizado desde hace varios como base en diversos programas de estudios femeninos de importantes universidades norteamericanas[8].
Por tanto, no existen dos sexos, sino muchas “orientaciones sexuales”, y cada persona tiene “derecho” a determinar la propia identidad sexual según sus gustos y opciones. Así lo explica con un clarísimo lenguaje marxista Heidi Harmann: “La forma en que se propaga la especie es determinada socialmente. Si biológicamente la gente es sexualmente polimorfa y la sociedad estuviera organizada de modo que se permitiera por igual toda forma de expresión sexual, la reproducción sería resultado sólo de algunos encuentros sexuales: los heterosexuales. La división estricta del trabajo por sexos, un invento social común a toda sociedad conocida, crea dos géneros muy separados y la necesidad de que el hombre y la mujer se junten por razones económicas. Contribuye así a orientar sus exigencias sexuales hacia la realización heterosexual, y a asegurar la reproducción biológica. En sociedades más imaginativas, la reproducción biológica podría asegurarse con otras técnicas”[9].
Y más claramente Rebecca J. Cook: “Los sexos ya no son dos sino cinco”, y por tanto no se debería hablar de hombre y mujer, sino de “mujeres heterosexuales, mujeres homosexuales, hombres heterosexuales, hombres homosexuales y bisexuales”[10].
En este contexto la familia es uno de los principales obstáculos y para poder imponer esta ideología es necesario destruirla. En la familia recibimos lecciones de opresión: “La familia nos da las primeras lecciones de ideología de clase dominante y también le imparte legitimidad a otras instituciones de la sociedad civil. Nuestras familias son las que nos enseñan primero la religión, a ser buenos ciudadanos. Tan completa es la hegemonía de la clase dominante en la familia, que se nos enseña que ésta encarna el orden natural de las cosas. Se basa en particular en una relación entre el hombre y la mujer que reprime la sexualidad, especialmente la sexualidad de la mujer”[11].
Durante el Sínodo de 2015, el Card. Sarah afirmó que la ideología de género es hoy una de las dos bestias del Apocalipsis. Y el Papa Francisco ha hablado a menudo de este tema condenando la ideología del género como un “error de la mente humana”, una “colonización ideológica” (…) “que crea tanta confusión”[12]. Y en la audiencia general del 15 de abril, hablando de la diferencia sexual entre hombre y mujer, el mismo Pontífice se preguntaba “si la así llamada teoría del gender no sea también expresión de una frustración y de una resignación, orientada a cancelar la diferencia sexual porque ya no sabe confrontarse con la misma”.
P. Miguel Ángel Fuentes, IVE
Notas:
[1] La mayoría de los textos que cito a continuación los he tomado del artículo “Agresiones a la familia desde la Ideología de Género”, de la página: http://www.esposiblelaesperanza.com/index.php?option=com_content&view=article&catid=34:4-deconstruccion-del-matrimonio-y-de-la-familia&id=172:agresiones-a-la-familia-desde-la-ideologia-de-genero&Itemid=19
[2] Frederick Engels (1884), The Origin of the Family, Property and the State, International Publishers, New York, 1972, pp. 65-66.
[3] Shulamith Firestone, The Dialectic of Sex, Bantam Books, New York, 1970, p. 12.
[4] Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta a los obispos de la Iglesia Católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el Mundo, 31 de Mayo de 2004.
[5] Aquilino Polaino, “Mujer y varón”, 110.
[6] Cf. Aquilino Polaino, “Mujer y varón”, 127-128
[7] Lucy Gilber y Paula Wesbster, “The Dangers of Feminity, Gender Differences: Sociology of Biology?”, 41.
[8] Judith Butler, “GenderTrouble: Feminism and the Subversion of Identity” (“El Problema del Género: el Feminismo y la Subversión de la Identidad”).
[9] Heidi Harmann, “The Unhappy Marriage of Marxism and Feminism, Women and Revolution, South End Press, Boston, 1981, 16.
[10] Rebecca J. Cook, docente de Leyes en la Universidad de Toronto, fue redactora del aporte oficial de la ONU en la Conferencia de Pekín.
[11] Christine Riddiough, “Socialism, Feminism and Gay/Lesbian Liberation”, Women and Revolution, p. 80.
[12] Papa Francisco, marzo del 2015 visita a Nápoles y Pompeya.
En algunas partes de Latinoamérica esto ha hecho un daño gravísimo y ha creado mucha confusión para las nuevas generaciones. Es una amenaza fatal y pocas personas toman esta defensa, sólo la Iglesia.