Traduzco del italiano el artículo de Riccardo Cascioli: “Una gran polvareda para nada. Pero ¿las familias dónde están?”, publicado en La Nuova Bussola Quotidiana, hoy, 15-10-2015.
La guerra desencadenada por la prensa general progresista sobre el caso de la carta de los 13 cardenales ha pasado ayer de lo surreal a lo ridículo. Pero parece que no haya nada que pueda detener esta agresión a los cardenales firmantes, acusados de ser, como mínimo, conspiradores, así como al vaticanista Sandro Magister que la ha publicado. Y fue el mismo Magister quien ayer tarde se encargó de demostrar que la noticia de la intervención de los 13 cardenales había sido dada cuatro días antes de él por el responsable de Vatican Insider Andrea Tornielli, uno de los más activos en el denunciar la presunta conspiración.
Pero ¿conspiración de qué cosa? Este es el elemento surreal: la conspiración es por definición algo que se trama en la sombra, en el secreto, a las espaldas de alguno que se intenta golpear, para obtener resultados imposibles a la luz del sol. Pero ¿qué tiene que ver esto con algunos cardenales que firman una carta y la entregan directamente al Papa, es decir, a quien vendría a ser –en la mente perversa de tantos comentadores– la víctima? No solo eso: las preocupaciones expresadas en la carta han sido pronunciadas por los mismos firmantes públicamente en el aula sinodal (e incluso antes en entrevistas y declaraciones), de tal modo que de hecho ni siquiera el contenido de la carta es una sorpresa.
El único hecho nuevo es el haber hecho pública la carta, y se puede discutir legítimamente sobre la prudencia o imprudencia de lo ocurrido. Pero lo que no se puede discutir es la lealtad de quienes han firmado la misiva; ni su fidelidad al Papa, al punto de tomarlo en serio cuando ha invitado a que se hable con franqueza. Eso es lo que simplemente han hecho. Lo que está ocurriendo en estos días es, por eso, solamente el enésimo tentativo –tomando como pretexto la carta de los cardenales– para dirigir el Sínodo hacia la conclusión que se pretende, exactamente la preocupación expresada por los trece.
Del resto es evidente que en estas semanas se ha alzado notablemente el nivel de la agresión verbal contra quien permanece fiel a lo que la Iglesia católica siempre ha profesado; y la Misericordia viene usada como lanza para golpear a quien ose exceptuarse del ineluctable deslizamiento hacia posiciones protestantes.
El Papa ha pedido parresía (decir todo con franqueza), pero el cardenal Kasper en la reciente entrevista al Corriere de la Sera ha calificado como “fundamentalistas” a aquellos que no piensan como él. “Sectarios fundamentalistas”, le ha hecho eco inmediatamente desde las columnas de Avvenire Stefania Falasca (que por otra parte no ha perdido ocasión en este año y medio de mostrar que no se puede confiar en sus relatos sobre lo que ocurre en el Sínodo). Y así hasta la agresión de estos días: “conspiradores”, “enemigos del Papa”, “conventículos”, son los juicios más benévolos usados por la prensa general. De este modo se quiere hacer callar a los “adversarios” a través de la intimidación, sobre todo en previsión de los próximos días cuando los padres sinodales deberán discutir sobre la parte más controvertida del Instrumentum laboris, la que se refiere a la comunión de los divorciados vueltos a casar y las uniones gay.
No es un digno espectáculo, sobre todo porque se esperaba –tras los relieves hechos al Sínodo del año pasado y la autocrítica incluso del mismo Papa Francisco– que se diese mayor espacio a las familias reales, al testimonio de quienes viven en el matrimonio la vocación a la santidad. La canonización, el próximo domingo, de los esposos Martin también apuntaba a este reclamo. Pero parece que las familias presentes en el Sínodo solo cumplan un rol ornamental, intervenciones para dar colorido, pero ciertamente no punto de partida o de referencia para el debate de obispos y cardenales. Para la secretaría del Sínodo la única cosa que cuenta es un discutidísimo Instrumentum Laboris. El cardenal norteamericano Dolan ha dicho irónicamente que en este clima de inclusión los únicos excluidos parecen ser las familias que se mantienen fieles a su vocación, en medio de tantas dificultades. Y observando los resúmenes cotidianos que llegan del Sínodo se diría que tiene razón.
Traducido por el P. Miguel Ángel Fuentes, IVE.